Como antídoto contra la subida de mi tensión, ante los acontecimientos políticos, peligrosa para mi doliente corazón, me refugio en la lectura de Steiner.

Lo último que he leído de Steiner es: “Un largo sábado”. Me llamaba la atención el título. Y además creía recordar que esa enigmática frase, ya se la había leído en “Presencias reales”. De manera que no pude sino comprarme el librito, una serie de entrevistas con la gran periodista francesa Laura Adler (autora de la gran biografía de Hannah Arendt) para desentrañar el misterio de la frase mencionada.

Contesta Steiner a Adler: “He tomado del Nuevo Testamento, el esquema viernes-sábado-domingo. Es decir: La muerte de Cristo el viernes, con la noche que se cierne sobre la Tierra, el velo del templo rasgado; y luego la incertidumbre, que ha debido de ser – para los creyentes – algo tremendo: la incertidumbre del sábado en el que no sucede nada, en el que nada se mueve; y luego la resurrección del domingo. Es un esquema de una fuerza sugestiva ilimitada. Vivimos la catástrofe, la tortura, la angustia, luego esperamos, y para muchos el sábado no acabará nunca. El mesías no vendrá y el sábado continuará”.

He pensado muy a menudo, sin saberlo, en ¿cómo vivir ese sábado? En como soportan algunos la espera de la revolución, a partir de los horrores del viernes, con la “toma del palacio de invierno” el domingo. Para el mesianismo marxista, para el comunista utópico, ese sábado tendrá un final: se instaurará el reino de la justicia en la tierra. Los extremistas de izquierda llevan prediciendo “el asalto de los cielos” desde hace un par de siglos, apostillando: “Debemos ser pacientes”. El judío tiene la creencia de que el mesías acabará llegando. Para el positivista o el científico, el final del sábado podría ser cualquier avance científico, por ejemplo, la cura contra el cáncer. Para otros, el final del sábado será la erradicación del hambre, que haya suficientes alimentos para todos los niños del planeta; lo que, por cierto, ya está a nuestro alcance, desde el punto de vista tecnológico. Pero falta, vaya por dios, la voluntad política.

Y es que ese sábado de lo desconocido, de la espera sin garantías, es, ni más ni menos, el sábado de nuestra historia. Y eso sí lo sé por mis estudios. En ese sábado – añade Steiner – hay una mecánica a la vez de desesperación y de esperanza. La desesperación y la esperanza, son dos caras de la misma moneda de la condición humana.

A todos, me parece, nos cuesta mucho imaginar el domingo. Sólo los que hemos experimentado la alegría del amor auténtico, hemos conocido esos domingos, esos momentos de epifanía. Ha habido momentos de esos, también en la política, como esa noche de Mayo del 68 (la recuerdo como si fuera ayer) en la Plaza de la Bastilla, cuando los estudiantes, muchos de ellos árabes, gritaron ante Cohn-Bendit: “Todos somos judíos alemanes”. Fue uno de esos momentos de epifanía, de domingo, que parecía iba a cambiarlo todo. No fue así evidentemente, no nos movimos del sábado. Pero eso no quiere decir, que no haya válido la pena vivir aquellos momentos.

Si nos mantenemos estáticos, sin dar un palo al agua, pasivos sin intentar algún avance, alguna positiva reforma, esperando el domingo, tal vez a alguno le pase por la cabeza la idea del suicidio. Y es que el suicidio es algo totalmente lógico. Nos demuestra la historia, que ha habido hombres y mujeres que han preferido el suicidio a la corrupción – y no me refiero ahora a la económica – a la traición a sus sueños, a sus creencias, a sus valores, a sus ideales políticos. Es bien sabido que ha habido ¿hay? grandes artistas y grandes pensadores, que han preferido dejar con antelación una vida que consideraban sucia, impura, corrupta.

Los que eligen el suicidio – explica Steiner - son los que dicen: “No habrá ningún domingo. No lo habrá para nosotros, ni para nuestra sociedad”. Aunque, por otra parte, contrariamente, está lo que el gran filósofo marxista Ernst Bloch, ha llamado el “principio esperanza”, la dinámica de la continuidad de la vida. Para un gran número de seres humanos, desgraciadamente, hace falta mucho valor para despertarse cada mañana y enfrentarse a la vida. Es ese valor cívico, diario, aparentemente poco heroico, persistente, del que me hablaba mi padre, frente al valor militar, en la batalla, momentáneo, producto de un arrebato, de una borrachera de pólvora, dolor, nervios y entusiasmo, velozmente perecedero. Como escribió Montaigne en sus "Ensayos": El mérito y la valía de un hombre radican en el ánimo y la voluntad; ahí es donde reside su verdadero honor; la valentía es la firmeza no de sus piernas y sus brazos, sino del ánimo y del alma... El papel propio de la verdadera victoria es la lucha, no la salvación; y el honor de la virtud radica en combatir, no en vencer". O como diría Julián Barnes, el gran escritor británico: “Es más fácil ser un héroe, lo difícil es ser cobarde. Para ser un héroe sólo tienes que serlo una vez, cobarde debes serlo cada día”. Digamos que se necesita mucho valor para ser cobarde.

Por lo que a mí respecta, como a Steiner, hoy en día, quizá debido a mi edad, hay muchos momentos en los que dudo en encender la tele, o leer la prensa, escrita o digital. Porque con mucha frecuencia las noticias, me resultan totalmente insoportables física, moral y mentalmente. Pero hay que seguir; “somos los invitados de la vida” como diría Heidegger (nos encontramos “geworfen” dijo en alemán, “arrojados en la vida”) y hay que seguir luchando, para intentar que las cosas mejoren un poco. Hacerlo mejor.

Sobre Hegel y este tema escribió Ortega: “Para Hegel lo histórico es, en un sentido muy esencial, lo pasado. Termina en el presente, cuya constitución es ya de carácter definitivo, inmutable, y no puede pasar (el “Largo sábado” de Steiner, añado yo). Prisionero de su propia perfección, hieratizado en ella, se condena el presente a una perdurabilidad que a mí me parecería desesperante. La etapa actual de la historia sería, por fin, la meta lograda, el lugar apetecido, en busca del cual todo el pretérito se afanó, se movió y, por lo mismo, pasó. Si yo estuviera convencido de esta idea hegeliana, y me sintiese adscrito a este eterno presente, se me iría con nostalgia el alma hacia el pasado, que era un camino y un andar, no, como el presente, un haber llegado y reposar. Como Cervantes decía, es preferible el camino a la posada”.

¿Habrá un domingo para el hombre? No lo veo claro. Pero espero que sí. Soy un optimista antropológico, como dice de mí, mi buen amigo Ramón Aguiló.

Pues eso.