En su entrevista con Évole, Pedro Sánchez rompió algunos moldes – que parecían irrompibles – de los que acartonan y envilecen la política. El primero fue denunciar las amenazas del EL PAIS si seguía con su No esNo, amenzas cumplidas con generosidad hasta el punto que el director, Antonio Caño, se vió obligado a mandar una carta a los subscriptores que se daban de baja para reconocer que se “había dejado llevar por la pasión y que el tono empleado ha podido no ser a veces el más adecuado”.
Las presiones a través de los medios no son nuevas, por supuesto. Lo relevante es que la víctima las denuncie públicamente. Yo mismo he recomendado no enfrentarse jamás con los medios porque el resultado siempre es de pérdidas. Si vas a los juzgados, en el mejor de los casos dos años después consigues una sentencia favorable que no restaña en absoluto las heridas infligidas y durante ese período recibes una impenitente tunda de palos.
Sánchez ha demostrado una valentía inusual porque en las relaciones con los medios, cuando se plantean en términos de enemistad, no hay piedad alguna. Me temo que el arma que EL PAIS utilizará con Sánchez será la que hace más daño para alguien que emprende una ruta a contracorriente: el silencio. No existirá en sus páginas. Ya ha empezado a hacerlo; mientras gran parte de los medios se hacen eco de las declaraciones de Sánchez, EL PAIS titula hoy con que Rajoy rejuvenecerá su Gobierno.
La influencia de los poderes fácticos y mediáticos en las decisiones políticas siempre ha existido, pero se camuflaba entre la discreción y el silencio de la víctima. Hoy, en nuestra reluciente y democrática mesa, ha aparecido esa temida y apestosa mierda. Veremos quién y cómo la limpia, si hay alguien que se atreve a hacerlo.