Donald Trump en Estados Unidos. Nicolás Maduro en Venezuela. Jaroslaw Kacynski en Polonia. Carles Puigdemont en Cataluña. Todos ellos tienen varias cosas en común, pero la principal de ellas es que sienten que el destino no los ha puesto ahí para hacer política, sino para hacer historia.

La maliciosa distinción entre una y otra la hizo Ferlosio: 'El fascismo –escribía- consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia' .

¡A mí las mayúsculas!

El autor de ‘El Jarama’ tal vez debería haber escrito Historia en vez de historia. Queden para otros las viles minúsculas. El oficio y el destino de todos estos tipos son las mayúsculas. Ellos solo gestionan mayúsculas, aunque entre todas ellas su preferida es, cómo no, la Nación. O mejor aún: La Nación. O todavía mejor: LA NACIÓN. ¿Y la ley? La ley es una herramienta necesaria para hacer política pero un estorbo para hacer historia.

También tienen todos ellos en común que su conducta habría indignado al bueno de Kant con su célebre ‘obra sólo según aquella máxima que querrías ver convertida en ley universal’. La máxima que rige la conducta de los Trump o los Kacynski no puede de ningún modo convertirse en ley universal, pues de ser así el mundo sería un infierno.

El cantón de Badalona

Si el imperativo patriótico y moral que inspira a Puigdemont se convirtiera en ley universal, pasado mañana un partido españolista que ganara las elecciones en Badalona bien podría, aun en contra de las leyes catalanas vigentes, apelar al derecho del pueblo de Badalona a decidir si quería seguir siendo catalán o prefería volver a ser español.

¿Pero acaso los catalanes ilustrados que respaldan la unilateralidad de Puigdemont no alcanzan a ver una obviedad así? ¡Por supuesto que alcanzan! Pero no les importa: también ellos están convencidos de que el momento es excepcional y hace posible -¡ahora o nunca!- dejar a un lado la política para ponerse de una vez por todas con la Historia. Se ven a sí mismos cargados de razón después de 300 años llenando pacientemente sus baterías con los agravios reales o imaginarios infligidos por Madrid.

Lecciones del pasado

Ya ocurrió otras veces en el pasado. La última vez que unos políticos decidieron que había que hacer Historia fue la invasión de Irak y la caza y captura de Sadam Husein: que hubiera o no armas de destrucción masiva, no era lo importante; que fuera conculcada la legalidad internacional, era irrelevante. Bush, Blair y su comparsa Aznar habían decidido que estaban cargados de razón hasta sentir que su carga era insoportable y que, por tanto, su deber no podía ser otro que descargar el golpe sobre un desgraciado país para rectificar el rumbo equivocado de la Historia.

Si el imperativo patriótico y moral que inspiró al trío de las Azores e inspira a Puigdemont, Kacynski, Maduro, Trump o Putin -no olvidemos a Putin- se convirtiera en ley universal, la Unión Europea saltaría por los aires del mismo modo que lo hizo Irak hace 14 años, las costuras de América Latina estallarían como lo están haciendo las de Venezuela y la Tercera Guerra Mundial con armas nucleares sería, en fin, una mera cuestión de tiempo.