El giro radical dado hace cinco años por el presidente de la Generalitat, Artur Mas, a la estrategia pactista de CiU de los últimos treinta años abrió en la política española una crisis cuyo alcance no podíamos entonces interpretar en sus justos términos, entre otras razones porque el propio alcance que acabara teniendo la crisis dependía en gran medida de la interpretación misma que hiciéramos de ella. Pues bien: desde entonces la Generalitat ha venido pasándose cientos de pueblos, pero la interpretación de sus excesos y la gestión de sus extravagancias que se vienen haciendo desde Madrid son, sorprendentemente, sensatas y cautelosas. He ahí a Mariano Rajoy como puro ‘seny’.

Como suele ocurrir con todo aquello que tiene que ver con Cataluña, las interpretaciones más faltonas, los augurios más feroces y las infamias más soeces siempre provinieron de la derecha en general y de sus medios de comunicación en particular. Ladran su furia por las esquinas los profetas de la España cerril, pero, al contrario de lo sucedido en otras ocasiones, esta vez sus enconados ladridos no logran transmitir a la población la inquietud que con tanta facilidad lograban infundir en ella en otro tiempo. ¿Por qué? Porque ahora el Partido Popular está en el Gobierno y no en la oposición.

La buena noticia

La mejor noticia en relación a la crisis catalana es que la derecha está gobernando ahora en España, lo cual obliga a sus dirigentes a mostrarse mucho más templados de lo que lo habrían sido de estar en la oposición, desde donde verían en esta crisis territorial una ocasión inmejorable para desacreditar al partido gobernante y ocupar su lugar.

Cuando en el pasado se produjeron crisis si no similares, sí de gran envergadura, al estar entonces la derecha en la oposición los ladridos de sus profetas mediáticos eran directamente asumidos, amplificados y hasta gestionados por el Partido Popular, pues hacerlo tenía todas las ventajas y ningún riesgo. Se entiende que todas las ventajas y ningún riesgo para el PP, no para el país, para el cual era justo al revés.

Memoria de Zapatero

Es lo que ocurrió durante la primera legislatura de Zapatero, cuando la negociación del nuevo Estatuto de Cataluña, las conversaciones con ETA o las tesis negacionistas de los atentados del 11-M multiplicaron exponencialmente la tensión política en todo el país. Los ladridos no eran entonces, ni en número ni en intensidad, muy distintos de los que venimos oyendo a propósito de la crisis catalana: la diferencia crucial es que entonces el PP estaba en la oposición e incorporó todo aquel ruido y toda aquella ferocidad a su estrategia política y parlamentaria, dando cobertura institucional, respetabilidad ideológica y proyección sociológica a todas aquellas disparatadas profecías del desastre.

Cava para todos

Hoy el PP está en el Gobierno y no puede hacer lo mismo. No puede hacer lo mismo porque hacerlo sigue teniendo todos los riesgos y todas las desventajas que siempre tuvo para el país, pero esta vez también los tiene para el propio Gobierno y el partido que lo sustenta.

Ante el soberanismo desatado en Cataluña el PP no puede hacer como antaño: ahora está obligado a apaciguar voluntades, no a tensarlas; a buscar salidas, no a cegarlas; ahora está obligado no a recoger firmas contra Cataluña, sino a evitar que se recojan; no a alentar boicots de productos catalanes, sino a servir cava en las recepciones; no a incendiar la calle, sino a sofocar el fuego. Así pues, aunque todo, en efecto, está muy mal, consolémonos: podría estar peor.