Pseudo-, según la RAE, es: falso.

El guión.

La anunciada declaración de nuestro Presidente ante los tribunales ha provocado, más que expectación, ansiedad generalizada. Mientras hay quienes esperaban anhelantes que sus palabras les permitieran pasar este cáliz o, mejor dicho, estos cálices y quienes confiaban en que, su obligación de decir la verdad como testigo, aclarara alguno de los infinitos pasajes en los que parece ser protagonista visible o en la sombra, el profano y yo teníamos la certeza de que asistiríamos a la sublimación del desconocimiento o la ocultación de lo sabido.

El acervo de quienes comparten causas y procesos por decenas ha encontrado en la reflexión atribuida a Sócrates: sólo sé que no sé nada, el pilar en torno al cual construir un discurso caracterizado por la ignorancia pseudoinocente y la falsedad indenunciable. El derecho a no declarar de los imputados, envuelto falazmente en la idea de colaboración con la justicia, viene siendo interrumpido demasiadas veces con afirmaciones continuadas del tipo: no sé, no lo recuerdo, no puedo opinar, no lo conocía,... Esta estrategia de defensa parece haberse extendido de manera vergonzante a las declaraciones de testigos que rezuman miedo a decir la verdad más que orgullo por participar en la obtención de lo justo.

Sin duda, la influencia de la Grecia clásica se ha convertido en santo y seña de quienes configuran el grupo elegido para el viaje a ninguna parte honrada. Se trata no tanto de alcanzar o perseguir el bien común como de incorporar a las alforjas propias todo lo ajeno que por el camino se pueda escudriñar. En otros tiempos podrían haber pasado por honestos saltimbanquis o titiriteros, hoy son perfectamente reconocibles como trileros. Su verborrea huera se ha adueñado, como un uniforme, de la narración que en todo tiempo y lugar permite dar satisfacción a intereses compartidos no confesables. Como malintencionados discípulos de Solón han decidido convertir las leyes en sutiles telas de araña que permitan apresar las moscas pequeñas pero no las que por su tamaño puedan, sin muchas dificultades, romper la malla.

Animados por su líder, al que continuamente adulan a pesar de los tics que delatan sus mentiras, del locuaz desprecio con que se refiere a las más nobles causas (memoria histórica, derecho de asilo, atención a inmigrantes salvados o fallecidos, justa acogida a víctimas del Yak-42/Alvia/...), de la actitud servil con  los poderosos y abusiva con quienes “sólo trabajan” o “sólo trabajaron” y de la transformación en chascarrillo incomprensible de cualquier pronunciamiento serio no previamente grabado para el plasma, han descubierto el alto rédito electoral que les produce una persistente generación de hastío entre votantes no incondicionales y una continuada campaña de intoxicación y descrédito de todo lo que pueda poner en riesgo su control de la democracia.

La representación.

Habría que agradecer al tribunal que la ubicación del testigo Rajoy a su mismo nivel y al de fiscalía, defensa y acusación, nos permita recordar siempre que el privilegiado trato recibido y al que podía haber renunciado, tal vez no ilegal pero sí favorablemente discriminatorio para él, es el que corresponde a un grado de soberbia similar al de don Guido, al de un Presidente.

Habría que agradecer al presidente de la sala el celo puesto en que el testigo no fuera incomodado.

Habría que agradecer al testigo que en su comparecencia haya sido fiel a sí mismo.

Habría que agradecer la prisa por terminar de fiscalía, abogacía del Estado y la mayoría de letrados.

Habría que preguntar a La Sexta cuánto va a cobrar al PP por la publicidad o propaganda  mantenida, en pantalla y durante más de dos horas, de un faldón que rezaba “RAJOY: MI FUNCIÓN ERA POLÍTICA”.

La resaca.

¿Alguien se imagina al testigo-Presidente yendo tras su comparecencia a un acto público programado con víctimas del terrorismo para compensar lo sucedido con unas fotos? Él lo ha hecho pero... en relación con la violencia de género. ¡Qué bajeza!