Rajoy admite que los dirigentes del PP cobraban sobresueldos, pero no sueldos en sobres. El presidente reconoce que, además del que cobraba como diputado, el PP le pagaba un segundo sueldo, que él denomina candorosamente ‘complemento’, pero que se lo pagaban con todas sus retenciones y avíos legales y que, en contra de lo que evidencian los detalladísimos apuntes extracontables del extesorero Bárcenas, nunca recibió sobres con dinero. Todo era por transferencia. Es lo que ha declarado este miércoles a la justicia.

Por cierto, que entre 2006 y 2011 el modesto ‘complemento’ salarial del presidente ascendió exactamente a 1.068.188 euros, según se desprende de la contabilidad del partido que el PP se vio obligado a entregar al juez Pablo Ruz en junio de 2013.

Tres cosas a favor

Rajoy tiene a su favor 1) que nadie va a rastrear sus movimientos bancarios de aquellos años, 2) que es imposible demostrar materialmente que recibiera tales sobres y 3) que el PP ha suscrito un pacto de no agresión con Bárcenas, que en este asunto es el único que podría poner en apuros al presidente. Que Bárcenas ha pactado sigilosamente con su partido es una obviedad, aunque no se conozca la letra pequeña de ese contrato privado.

La versión que Mariano Rajoy ha dado a la justicia sobre los líos contables del Partido Popular es inverosímil. En realidad, su versión es escandalosamente inverosímil. Escuchando el testimonio prestado este miércoles en la Audiencia Nacional se tenía la inequívoca impresión de que Rajoy mentía: no que no decía toda la verdad, sino sencillamente que no decía la verdad.

Teoría y práctica del cinismo

Lo ocurrido hoy en la sala que juzga esta pieza del caso Gürtel es la ejemplificación misma del cinismo: un cinismo que Rajoy cree tener derecho moral a practicar primero porque si ha ganado las elecciones será por algo ¿no? y segundo porque, a fin de cuentas, si algo hizo mal no debió ser muy distinto de lo que hacía todo el mundo, ¿verdad usted? La mala suerte para la justicia y la buena para Rajoy es que, por definición, el cinismo no puede ser desenmascarado cuando es ejercido con pulcritud y rigor.

Cuando, con admirable aplomo y sin mover un músculo, Rajoy respondía a sus interrogadores que el PP nunca ha hecho nada para entorpecer la acción de la justicia, todo el mundo –puede que hasta incluso el presidente del tribunal– era consciente de que el testigo no estaba diciendo la verdad.

Los martillazos al ordenador de Bárcenas o la expulsión del PP del sumario del caso Gürtel por fraude procesal así lo certifican sin ningún género de duda, pero ni los letrados de la acusación estuvieron en general especialmente sagaces en sus interrogatorios ni el presidente del tribunal, Ángel Hurtado, propició que lo estuvieran. Con jueces así no hacen falta abogados defensores.

Después de declarar como testigo, Rajoy aún tuvo el cuajo de improvisar una comparecencia pública en la sede de su partido. Tenía buenos motivos para ello: había salido airoso del comprometido trance judicial; con algún rasguño, pero airoso; con la garganta seca, pero airoso; con todos pensando que había mentido pero con nadie capaz de demostrarlo. De nuevo, Mariano Rajoy había vuelto a ser más listo que la justicia.