El trasiego de periodistas y policías (no había entrada este viernes a la ciudad que no estuviese blindada por un furgón policial), evidenciaba que no era un día cualquiera en Linares. Porque en esta ciudad de Jaén, donde la tasa del paro es la más alta de España y donde (para desgracia de sus habitantes), ha desaparecido la totalidad de la industria de extracción minera que en su día la convirtió en la ciudad más próspera de Sierra Morena, no suele acudir la prensa. 

Este jueves fue diferente. El funeral del que fuera presidente de Caja Madrid se celebró a las siete de la tarde en la céntrica parroquia de San Francisco de Linares. Previamente, sus restos habían sido depositados en el panteón que la familia Blesa tiene en el cementerio Jardín Virgen de Linarejos. Algunos medios de comunicación resaltaban que el sepelio se había producido en la "mas estricta intimidad". En las calles de Linares, la gente era menos correcta : "No vamos porque no nos da ninguna pena". Porque por no haber, en la puerta de la Iglesia no había ni esquela (algo más que común en todos los funerales de Jaén).

La indiferencia de sus paisanos hacía el antaño hombre más ilustre de Linares evidenciaba la caída del mito. En su día, Blesa fue uno de los hombres más poderosos en la España del ladrillo y del milagro económico. Este viernes, ya conocidos los delitos que se le imputaban, nadie parecía apiadarse del banquero que acabó el pasado miércoles con su vida en una finca de Córdoba. 

En Linares, Blesa ha pasado de ser el más ilustre linarense al señorito andaluz que presidió el banco que endosó a sus paisanos más de dos millones de euros en preferentes o despidió al bueno de Antonio Gómez, el director de Caja Madrid de Linares que dudó de la idoneidad de los productos financieros que vendía en la sucursal (cerrada a cal y canto hoy en día). 

Pero no solo los paisanos abandonaron a Blesa en su último adiós. Este viernes en Linares tampoco había ni rastro de miembros del Gobierno o dirigentes del Partido Popular. Ni siquiera el matrimonio Aznar-Botella acudió a despedirse del que fuera su gran amigo de juventud. 

Botella sí estuvo allí (1997)
La escena contrastaba con la vivida hace justo veinte años. En 1997, con un PP eufórico tras la llegada de Aznar a la presidencia del Gobierno, el entonces regidor de la localidad, Juan Lillo, pudo contar con la presencia de Ana Botella (gracias a las gestiones de Miguel Blesa), como pregonera de las fiestas de San Agustín. Así, mientras Botella elogiaba la "magnífica" feria taurina de la ciudad en compañía de Javier Arenas (entonces ministro de Trabajo), Aznar saludaba junto a Blesa a los curiosos que se congregaban en las afueras del palacio municipal. 

Terminado el pregón, Blesa se dirigió en comitiva al Paseo de Linarejos. Allí se paseó, saludando con orgullo a sus paisanos, junto con Aznar, Botella, Arenas, y destacados miembros del PP andaluz como Ramón Palacios. Veinte años después, su ciudad le despidió sin esquela y ni rastro de presencia del partido que le aupó a la cima. Linares le enterró con indiferencia.