Mi altocargo cree que la culpa la tuvo el primero que le puso miel a las berenjenas rebozadas y no le pasó nada. Bueno, dijo alguien, todo el mundo tiene derecho a cocinar como quiera; también cita el episodio de un descerebrado que paseó en burro a un sedicente heredero de Boabdil por los accesos de la Alhambra para reclamar el territorio de Al-Andalus. Bueno, dijo otro, todas las opiniones son muy respetables.        

Yo misma tuve unos años (ciertamente era una chiquilla) en los que pude tocar con las yemas de los dedos a grandes periodistos y periodistas (ya lo sé). Aquella gente no era admirable sólo por su talento profesional sino por su capacidad de influencia, el respeto que perfumaba, su profundidad intelectual. Sólo creo que queda Gabilondo. Bueno y Avendaño. Bueno… Porque todo lo demás todo es una barra libre de exaltación televisiva y radiofónica y verbenera de las medias verdades, esto es, de las mentiras trufadas con insultos o de los insultos trufados con mentiras.

Llegué a dirigir un periódico, mis entrevistados (los Felipe, los Fraga, los Carrillo, los Suárez, los Escuredo) me miraban al escote y yo a los ojos. Escribían cartas al director los lectores con aquel lenguaje eufónico y agradecido: “abusando de su amabilidad me permito señalar que en mi calle no siempre se recoge la basura”, “el señor concejal, sin duda sin pretenderlo, se ha excedido en sus funciones”, “gracias por la publicación de estas líneas en ese entrañable diario nuestro”. Cuando no había cartas al director, pues me las escribía a mi misma con toda su ceremonia: “señora directora, la ruego la amabilidad de la publicación de estas líneas…

Leíamos con reverencia a Camus, a  Zweig, a Montaigne. Una tarde en una playa nos topamos con Emilio Lledó en bañador de cuello alto.  Y allí mismo mediaron las palabras y nosotros levitábamos con aquella música de olas y sabiduría relatadas con indescriptible sencillez. Todavía lo llevamos erizado en la piel.

Sostiene mi altocargo que desde que las redes sociales convirtieron la intimidad en extimidad (Innerarity), los héroes de referencia de nuestras vidas son el tío de las berenjenas con miel y el heredero en burro de Boabdil. El desprecio a la cultura, a los científicos, a los filósofos, a los escritores, a los referentes morales es el éxito de los charlatanes de la red; de los negacionistas del holocausto, del cambio climático, de las vacunas o de los valores de la transición española. Nunca la ignorancia tuvo tanto prestigio.

En este descalabro de la razón, la socialdemocracia ha perdido su peso; defenderla exige complejos equilibrios dialécticos entre libertad e igualdad que no caben en un tuit con desafíos intelectuales tales que “somos la izquierda” y “no es no”. Y en este simplismo se mueve cómodo Pedro Sánchez. Podría haber optado por la generosidad en la victoria, por una compleja integración de equilibrios ideológicos y territoriales haciendo crecer así su liderazgo dentro y fuera: ha preferido ahondar la división. La extimidad le pide al cuerpo conflicto y espectáculo y ahí hemos tenido ese ridículo baile de posiciones (tres distintas, tres, en 24 horas) sobre el acuerdo comercial con Canadá, que aparte de ahondar en la fractura interna, la ha procurado la carcajada europea, mientras prosigue en su titánica tarea de suplicar que Rivera e Iglesias la hagan presidente aunque sea un cuarto de hora.

Está muy bien todo ese rollo de pureta  progre y tu angustia/brecha generacional, le digo a mi altocargo mientras cuelgo una foto en instagram. Pero acabas de clavarle el título del artículo al gran Primo Levi ('Se questo é un uomo').

Me temo que no sólo el título, amore, también la impotencia. Desde las berenjenas con miel y el primo de Boabdil, también la impotencia.

Anda, ven, mi vida,  hagamos un pacto de sangre virtual: si no me regañas cada tres wassap por el uso intensivo del iphone, yo te declaro solemnemente trending topic de mi existencia.