Javier Marías debería saber que, como los del Señor, los caminos de la gloria son inescrutables y que resulta arriesgado ponerse tan serio como él se ha puesto para desmentir cosas que en realidad… nadie ha dicho.

El eximio traductor y distinguido novelista ha escrito en El País un artículo titulado ‘Más daño que beneficio’ al final del cual, y tras detenerse en el examen de algunas obviedades, coloca esta frase: “Francamente, me resulta imposible suscribir que Gloria Fuertes fuese una grandísima poeta a la que debemos tomar muy en serio”.

Lo cierto, sin embargo, es que si tecleamos en Internet ‘Gloria Fuertes grandísima poeta’ ‘Gloria Fuertes genio de la poesía’ no aparece ninguna entrada. Bueno, sí, aparece la entrada de Marías arremetiendo intrépidamente contra esas entradas… que no existen. O existen muy poco. O existen, en fin, muchísimo menos de lo que el articulista da a entender.

La posteridad la carga el diablo

Nadie sabe, ni siquiera Javier Marías, cómo es de grande Gloria Fuertes. Quienes, sin equipararla a Sor Juana Inés de la Cruz ni a Emily Dickinson, la tenemos en muy alta estima y amamos su poesía fresca, despeinada y vecinal no estamos tan seguros de que la posteridad acabe siendo con Fuertes más severa que con Marías.

La historia de la literatura está llena de casos de escritores glorificados en su tiempo y olvidados apenas unos años después de su muerte, sin que una ocasional y compasiva relectura sea capaz de sacarlos del olvido.

A muchos lectores nos ocurre con la poesía de Gloria Fuertes que nos estremece, nos seduce, nos conmueve, nos indigna, nos ilumina, nos acompaña, nos vocea, nos acurruca, nos silencia, nos hace reír, nos hace pensar, casi nos hace llorar antes de volver a hacernos reír.

Así pasen 40 años

Ya nos ocurría todo eso hace casi 40 años, cuando la leímos por primera vez en aquel modesto volumen titulado ‘Obras incompletas’ que publicó Cátedra en 1976, y nos sigue ocurriendo ahora hojeando las primorosas ediciones publicadas con motivo del centenario de su nacimiento.

Todo eso que nos hace sentir la obra de Gloria Fuertes no es, claro está, garantía de nada, como tampoco lo es, en sentido contrario, que Javier Marías no sienta nada de eso. Empate, pues, en este aspecto.

A favor y en contra

La poesía de Gloria Fuertes tiene a su favor aquello mismo que tiene en contra: que todo el mundo la entiende a la primera, una cualidad que fácilmente puede nublar el juicio literario de personas que prefieren una literatura más literaria, impenetrable y oscura.

Tras la lectura del artículo de marras, quienes amamos sinceramente las dos literaturas –a Eliot y a Szymborska, a Góngora y a Lope, a Faulkner y a Steinbeck, a Marías y a Fuertes– quedamos sumidos en el desconcierto, como aquel personaje de Cortázar que salía del teatro entusiasmado con la obra que acababa de ver con sus amigos hasta que estos empezaban a ponerle pegas a la pieza y acababan arruinándole a él la velada.

Gloria no está sola en la sala

Sea como fuere, Marías sabrá mejor que nosotros que Gloria Fuertes nunca estuvo sola en su manera de escribir y entender la poesía. Veamos rápidamente el fragmento de un poema: “Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne. / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa. / Suban, si les parece. / Claro que yo no respondo si bajan / echando sangre por boca y narices”. Hay muchos más ejemplos como este.

Su autora bien podría haber sido Gloria Fuertes. En realidad, lo escribió Nicanor Parra, un grandísimo poeta a juicio del jurado que en 2011 le otorgó el más alto galardón de las letras en lengua española. Obtener un Premio Cervantes no te garantiza un hueco en la posteridad, pero al menos te libra de que se escriban ciertos artículos sobre ti.