Hacer balance siempre resulta ser un reto proclive a la crítica por todo aquello que no se registra. En no pocas ocasiones el empeño exhaustivo en la realización del mismo desvía la atención hacia lo superfluo minimizando la relevancia de lo que es fundamental. El profano me insiste siempre en que no caiga en ninguna de las dos situaciones extremas mencionadas. Lo procuraré.

La convulsa situación del país, o mejor dicho de sus habitantes, en la que la generación de hastío por la política empieza a ser alarmante con altísimas cotas de cabreo y desengaño requiere, a mi entender, poner el foco de la responsabilidad sobre lo que sucede donde mayoritariamente está, intentando desentrañar sus razones y porqués. Pero, ¿dónde está? Sin duda, hoy como siempre, en el Gobierno. El hecho de que desde 2011 corresponda al PP esta tarea sitúa en su tejado éxitos y fracasos. Sobre sus éxitos reconocidos no hablaré porque ya va para 6 años la insoportable loa rayada a múltiples voces de propios y extraños, algunos de buena fe y agradecidos los más. Sobre sus fracasos sí pienso detenerme aunque siempre será insuficiente. Así destacaré:

1) Hundir la Administración Pública con una de las primeras medidas tomadas, según la cual sólo se han podido reponer 5 de cada 100 empleados públicos, funcionarios o no, durante 5 años hasta poco antes de las elecciones. Traducido quiere decir que por cada 100 fallecidos, jubilados o incapacitados, sólo han podido cubrirse 5, sean maestros, médicas, trabajadores sociales, inspectores de Hacienda, policías, administrativos, bomberas,... ¿Beneficiarios?

2) Aumentar las desigualdades entre ricos y pobres, creciendo el número de unos y otros y por supuesto la brecha entre ellos.

3) Colonizar medios de comunicación públicos y privados a través de nombramientos clientelares, accionariado con intereses afines o contratación publicitaria ilegal por privilegiada.

4) Socavar la esperanza ilusionada de personas jóvenes y trabajadora con leyes como la de reforma laboral, y la de pensionistas con la disminución de su poder adquisitivo cada año.

5) Supeditar al techo de gasto partidas como las destinadas a sanidad, educación, dependencia, violencia de género y el resto de carácter social, reduciéndolas, mientras otras  como armamento crecen anualmente.

6) Incumplir la legislación nacional (sentencia del Tribunal Constitucional de ayer mismo) y acuerdos internacionales como el de acogida a refugiados en una insuficiente cuota comprometida.

Junto a todo esto y mucho más, reconozco que hay que descubrirse por el pertinaz y efectivo uso que el Gobierno viene haciendo desde 2011 de lo que proponen los manuales de propaganda. Instalado en la posverdad?, o sea en la mentira, parece haber conseguido que creamos que el PP no es un único partido sino una federación de partidos. Su empeño en salvar siempre a su máximo responsable de los numeroso casos de corrupción existentes viene construyéndose a través de la reiterada mención al PP de Madrid, al PP de Valencia, al PP de Murcia,... como si de una franquicia se tratara. No es así, sólo hay un único PP ya sea en Madrid, en Valencia, en Murcia,... y de lo que suceda en cualquier lugar de España debe responder siempre su Presidente. Otro intento de dicha propaganda viene pretendiendo consolidar la creencia de que la educación y las buenas maneras han empezado a perderse en las Cámaras por el comportamiento de otros grupos, pero ¿hay peores maneras que las de quienes utilizan la displicencia, el desprecio, la bajeza, la falacia, la mentira o el cinismo en el diálogo parlamentario? ¿ y en el silencio por respuesta o  en el exabrupto violento? Por último, qué decir de la vara de medir utilizada para justificar comportamientos impropios entre los suyos y anatemizar en los otros circunstancias de mucha menor entidad.

Lo dicho, un sexenio negro en el que hasta la economía de la que tanto presume se niega a darle la razón, día sí día no.