Cuerpo a tierra que vienen los nuestros. Ante la sugerente pero no del todo bienintencionada idea de Susana Díaz de proponer al Parlamento andaluz la designación de Diego Valderas como Comisionado de la Memoria Histórica, la dirección de Izquierda Unida se ha apresurado a acelerar los trámites para conducir de una vez al paredón a su excoordinador regional, cuyo fusilamiento en las famélicas tapias de IUCA estaba pendiente desde hace mucho tiempo.

Presa a su vez de la ansiedad derivada de su desgarradora derrota ante Pedro Sánchez, la presidenta andaluza midió mal sus pasos y sus tiempos, aunque también es cierto que tenía muy difícil, si no imposible, medirlos bien dado que su determinación era –si el interesado estaba de acuerdo– proponer el nombre de Valderas para ocupar un cargo formalmente de elección parlamentaria pero materialmente de designación gubernamental.

Una guerra civil larvada

Era fácil prever que la federación que dirige Antonio Maíllo nunca daría su visto bueno a nada que oficialmente favoreciera, potenciara, reconociera, honrara o distinguiera el nombre maldito de Diego Valderas. En Izquierda Unida existe una guerra civil larvada, que no ha aflorado del todo pero que viene de lejos, a propósito de cuál debe ser la estrategia de la federación de izquierdas en relación al Partido Socialista, a Podemos y a sí misma.

Si Valderas se sentía cómodo como vicepresidente en el Gobierno primero de Pepe Griñán y luego de Susana Díaz, Maíllo se sentía todo lo contrario: recién llegado a la jefatura de IUCA en el verano de 2013, el nuevo líder empezó muy pronto a marcar territorio mostrando su discrepancia con la sospechosamente pacífica cohabitación entre Díaz y Valderas; quiso meter presión al PSOE y la metió, tanta que le puso en bandeja a Díaz lo que tanto tiempo llevaba ésta deseando: una excusa para adelantar las elecciones.

Los recelos de Valderas

Maíllo midió mal los tiempos: si hubiera esperado un poco más para desafiar a Díaz con su amenaza de consultar a las bases de IU la continuidad del pacto con el PSOE, la presidenta no habría tenido excusa para hacer tan pronto lo que hacía meses que quería hacer, que era adelantar los comicios.

Valderas nunca estuvo de acuerdo con la gestión de los tiempos que hizo su sucesor al frente de IU. Y lo que es peor: nunca estuvo de acuerdo con el formato de acercamiento/confluencia/coalición/fusión/absorción de IU en relación a Podemos. Y lo que es todavía mucho peor: los recelos de Valderas y la corriente crítica de IUCA –que de algún modo no explícito él encabeza– estaban bien fundados.

Una simbiosis parasitaria

Es pronto para saber cómo acabará finamente ese proceso de confluencia en cuya cesta Antonio Maíllo y Alberto Garzón han puesto todos los huevos, pero es innegable que no ha empezado bien. Lo que en teoría se planteaba como una relación cooperativa entre ambas formaciones se ha convertido en una simbiosis parasitaria en la cual Izquierda Unida hace de anfitrión y sufre todos los daños y Podemos hace de huésped y disfruta de todos los beneficios.

IU es hoy una organización insegura y vacilante que no sabe qué será de ella mañana: ¿es mejor para la causa de la izquierda diluirse en Podemos como en su día lo fue retirar del mercado la siglas del PCE o es un error irreparable pues, una vez que la integración sea formal y efectiva, IU habrá perdido toda esperanza de controlar el destino de su nueva casa común?

Esa pregunta todavía no tiene respuesta, pero el fracaso electoral de la precipitada marca Unidos Podemos es un mal augurio para IU porque ha aplacado la codicia orgánica de Podemos, cuyo alborozado convencimiento inicial de que la fusión era un buen negocio político y electoral menguó drásticamente a la vista de los decepcionantes resultados del 26J. IU está hoy inerme ante Podemos.

La reacción

Sin tener en cuenta todo este complejo contexto es imposible entender la reacción desmedidamente histérica de IU y del PCA ante una propuesta de Susana Díaz con la que –conviene subrayarlo– Diego Valderas, que ya es mayorcito y además entiende de política, siempre estuvo de acuerdo.

Inequívocamente, la suya ha sido la reacción de una organización que ha perdido la confianza en sí misma: de toda la gradación posible de modelos de gestión del ‘caso Valderas’, Izquierda Unida ha escogido el más implacable, el más vengativo, el más convulso; ha elegido, en fin, aquel que, aun sin pretenderlo, más descarnadamente exhibe las inseguridades políticas, orgánicas y estratégicas de la formación impulsada hace casi un cuarto de siglo por Julio Anguita.

Nunca, nunca, nunca

En cuanto a Susana Díaz, es obvio que no sería declarada inocente por un jurado popular que juzgara sus verdaderas intenciones al proponer la jugada que hoy hará pública en el debate del Parlamento y que sus adversarios se han apresurado a calificar de tramposa.  

Dado su papel de impulsor de la Ley de Memoria De mocrática, el nombre de Valderas es el idóneo para ese cargo, pero IU y Podemos nunca admitirán que lo es. Tienen demasiadas cuentas pendientes con Susana y con el propio Diego. Presidenta: no es no y nunca es nunca.

Una lástima todo esto. Puede que a Diego y a Susana les haya faltado tacto, pero a Antonio le ha faltado generosidad. Quién sabe, tal vez ninguno de ellos podía hacer otra cosa: la política es un oficio cruel.