El chiste que más le gusta repetir a mi altocargo es el de las dos guiris catalanas (lo dice así, a modo de provocador pleonasmo en tiempos de secesión) que pasan entre extasiadas y alucinadas el fin de semana en la aldea. Los mosquitos, el calor, el rebujito, las arenas, el vaivén de los simpccados, más rebujito. Llega el lunes, e resignadas y perplejas las muchachas van a empezar resignadas el viaje de retorno cuando por fin una de ellas le pregunta a un morenazo caballista almonteño que pasaba a su vera y tal:

--Oiga, ascolti, disculpe, ¿esto del polvo del camino era a la ida o a la vuelta?

Ella sale cuando quiere.- En otro tiempo, cuando aún creía en el progreso de razón, en el triunfo amable de la socialdemocracia y en los sueños para pobres del Estado del Bienestar, mi altocargo tuvo que ver con los mandamases rocieros de la época. Y allí lo que había era un integrismo del copón y un negociazo del carajo. Mucha parada en el camino, mucha guitarra y un cante, mucho bautismo en el Ajolí, pero allí no se movía ni un varal si no había contraprestaciones (muy caras por cierto) por delante. El cura que mandaba en todo aquello respiraba una suerte de lefebvrismo de pandereta, cancerbero de una moral de hierro en el paraíso de la lujuria de los sentidos que estallan en las marismas. Una de las peores derrotas de mi altocargo fue consentir que aquella visión extrema y extremada se apoderara de los micrófonos de la retransmisión del salto a la reja. Y cada año y durante bastantes, a la inevitable pregunta de cuándo se produciría el salto de la mocedad almonteña, el cura repetía invariablemente sin enmendar el tono ni el gesto: la señora sale cuando ella quiere. Ea.

Milagro, milagro.- Era por entonces un prestigioso arquitecto con el medallón y la gomina hasta el cuello, al más puro canon marismeño. Desde que había salido con su hermandad de un bello paraje de la costa malagueña, los días se habían enredado con las noches y las manzanillas con las cervezas y los cubatas con los güisquis, pues la impedimenta venía equipada a todo confort, incluido cocinero particular para hacer más llevadero el sacrificio de la peregrinación. La noche de la señora envuelta en esa multitud de histerias y devociones, nuestro arquitecto engominado había alcanzado la plenitud del delirio cuando empezó a gritar y sollozar a la vez: milagro, milagro, le virgen me ha mirado, repetía hasta enronquecer. Todos convinimos que en efecto era absolutamente milagroso que aquel coma etílico siguiera de pie y siguiera con vida.

La pax y el liderazgo.- Es muy sabido que el socialismo andaluz ha hecho grandes dos cosas: el socialismo español y la multiplicación de las semanas santas y las romerías. Cabizbajos, mascando aún el amargor de la derrota, mi altocargo y su altocargo compadre trasiegan cerveza y caracoles y se preguntan no sin angustia si estamos al final del camino, tal y como vaticinan con entusiasmo los comunistas y podemitas, buitreando el vecino cadáver. La pax de Susana no es menos incógnita que el liderazgo de Sánchez y la crisis global de la socialdemocracia y todo este lío que se nos ha venido encima como una maldición. El año que viene nos conjuramos para escapar a Sanlúcar y ver atardecer bajo la luz de manzanilla de Bajo Guía y la bulla de las barcazas yendo y viniendo de Doñana, Para entonces la virgen seguirá haciendo milagros con arquitectos delirantes y alcoholizados y ellos ya sabrán si este espeso y ciego polvo del camino es definitivamente el de la vuelta final.