El resultado de la batalla de los avales socialistas entre Susana Díaz y Pedro Sánchez equivaldría al 4-3 arrancado al Real Madrid por un Granada o un Leganés en el Santiago Bernabéu: derrota mínima en goles, victoria máxima en moral. En el partido de vuelta, el estadio de los modestos sería una olla a presión. Como lo será el día 21 la votación en las primarias socialistas.

Las razones de una victoria tan ajustada de Díaz y del Madrid serían similares entre sí y equiparables a las que, en la antigua fábula, explicaban la derrota de la liebre en su carrera contra la tortuga: dar por hecho que un recién llegado a la división de honor no podía, por definición, inquietar a un histórico con la vitrina repleta de trofeos. Pues sí que podía. La goleada tendrá que esperar.

Una partida de caza

Además de los 6.000 avales de diferencia a su favor, la ventaja de los de Díaz de cara a la votación del día 21 es que ya saben que Sánchez puede ganarles, y esa conciencia del peligro les hará ponerse las pilas, como se las pondría la liebre de haber leído la fábula antes de la siguiente carrera.

En la partida de los avales, la gente de Susana Díaz se precipitó al vender con tanta imprudencia la piel de un oso que se resistió a ser cazado bastante más de lo que ellos habían imaginado. Susana Cazadora no era la única que batía desde el amanecer los bosques socialistas infestados de avales. También Pedro y Patxi andaban por allí.

Si Patxi se ha comportado como lo haría un pulcro ecologista en una montería (¿qué hace un tipo como yo en una cacería como esta?), Pedro se ha revelado como un depredador de primer orden: bastante más depredador de lo que él mismo podía pensar y desde luego muchísimo más de lo que pensaron quienes, con Díaz a la cabeza, le regalaron la escopeta de repetición con la que puede liquidar a medio PSOE y dejar malherido a otro medio.

¡Más madera: es la guerra!

Mientras el líder vasco observa con melancolía que la batalla de las primarias es a dos y no a tres pero no puede escapar a su destino de combatiente marginal, el equilibrio de fuerzas entre Pedro y Susana convertirá en absolutamente crucial la campaña que de forma oficial comienza el martes próximo.

Aun con el riesgo cierto de embarrar el terreno de juego, Susana Díaz parece ya decidida a atacar los flancos débiles de Pedro contra los que hasta ahora no ha querido fajarse: su desoladora gestión orgánica, su reiterado fracaso electoral, su izquierdismo sobrevenido, su querencia por el martirologio, su desahogada volubilidad, su indisimulado populismo…

La tesis del derrocamiento

De hecho, ya este fin de semana el diapasón de los reproches a Sánchez ha subido varios tonos. Este sábado, el diputado Eduardo Madina apremiaba a Sánchez a “no falsear los hechos" y le recordaba desde Twitter que "dimitió por perder una votación para un congreso planificado a su medida y a celebrar a 20 días". Era la respuesta susanista a la ‘tesis del derrocamiento’ en la que Pedro funda su relato.

Y el día anterior Díaz le afeaba a Sánchez su satisfacción pese a haber logrado menos avales que ella: “Hay quien está contento con quedar segundo , y ya es la tercera vez”.

Pero en la agria campaña que se avecina no bastará con replicar con dureza. Díaz tendrá también que detallar qué políticas concretas desplegadas al frente de la Junta de Andalucía la avalarían como socialista avanzada e izquierdista fiable y desmentirían la imagen de derechista camuflada que, en coincidencia con Podemos, Pedro Sánchez viene difundiendo eficazmente.

La hora populista de Pedro

¿Por qué su devastadora gestión como secretario general no ha inhabilitado a Pedro para aspirar de nuevo el cargo? En gran parte por la falta de franqueza y coraje de Susana y los suyos al plantear la batalla interna, pero sobre todo porque Pedro ha jugado eficazmente la carta populista en un tiempo donde la frustración y el resentimiento han convertido el populismo en una opción ganadora.

Y ello a pesar de que, cuando gobierna, el populismo jamás logra estar a la altura de las promesas que lo llevaron al poder; pero también entonces sabe hábilmente salir del embrollo… aumentando la dosis de populismo: por ejemplo, culpando cínicamente a sus adversarios de los incumplimientos propios.

Un poco más, algo menos

Alguien objetará, sin embargo: ‘Pero la política, incluso la mejor política, siempre es, por definición, populista’. Cierto, pero suele serlo solo un poco: lo bastante para atraer a los más desengañados pero no tanto como para espantar a los más espabilados.

También en el populismo hay grados. Aunque ambos sirvan para ganar elecciones, el populismo más astuto no es el que miente con descaro sino el que deforma con pericia, y de ahí que sea tan difícil de desenmascarar: de hecho, cuando resulta desenmascarado suele ser demasiado tarde porque para entonces ya ha alcanzado el poder.

Frases y soluciones

El populismo es a la democracia lo que los sofistas eran a Sócrates, es a la política lo que la demagogia es a la oratoria: una brillante simplificación de la realidad cuya principal virtud es simular que no es una simplificación.

El populismo aparenta tener soluciones cuando solo tiene frases, pero su capacidad de seducción funciona. Y funciona, más que por méritos propios, porque los políticos convencionales, aquellos cuyo oficio siempre fue tener soluciones, han dejado de tenerlas. Los estrategas de Díaz no deberían olvidar este hecho crucial.