En un primer momento, el anuncio de Podemos de que presentaría una moción de censura contra Mariano Rajoy sembró algún desconcierto en las filas socialistas.

Y no era para menos. La iniciativa de Podemos llevaba la marca del mejor y más elaborado populismo: aquel que propugna medidas en apariencia contundentes donde lo político, lo emocional y lo teatral están tan inextricablemente ligados que resulta imposible separarlos y, en consecuencia, dificulta cualquier análisis racional no contaminado por los sentimientos.

Directo al corazón

Apoyadas en hechos reales pero deliberadamente sobredimensionados, las consignas populistas suelen ser difíciles de batir por su brillante y acabada contextura estética, con la cual llegan directas al corazón de la gente y movilizan eficazmente las emociones del público. Dado que son un arma de guerra y no un programa de pacificación, lo que importa en ellas es la consigna misma, no el desarrollo de su contenido.

Aun así, cundió cierto nerviosismo en las filas socialistas cuando, no muchos minutos antes de comparecer ante la prensa, Pablo Iglesias se ponía en contacto con el presidente de la Gestora socialista, Javier Fernández, para comunicarle sus planes. Más que para hablar con el PSOE, la de Iglesias era una comunicación para poder decir que se había comunicado con el PSOE.

El cargador completo

A continuación, las cosas sucedieron a toda velocidad ese vibrante jueves 27. Tras hablar con quienes tenía que hacerlo, Susana Díaz tomó la iniciativa. Había decidido ser la primera en desenfundar: desde la localidad onubense de Hinojos descargó el tambor completo de su revólver contra la moción, seriamente herida –está por ver si de muerte– desde ese mismo momento.

Cada reproche era una bala: Iglesias no quiere una moción, sino llamar la atención; no ha hablado antes con los partidos; le hace un favor a la derecha al desviar la atención de la corrupción; ha hecho lo mismo que hace un año cuando salió diciendo que quería ser vicepresidente; lo urgente es que Rajoy acuda cuanto antes a la comisión de investigación a dar explicaciones; lo demás son ‘numeritos’ de Iglesias.

‘No es no’

La agria contundencia del mensaje Díaz marcó el tono de la posición socialista que más tarde explicitaría Antonio Hernando. Si Pedro Sánchez pudo acariciar en algún momento la ambigüedad o la tibieza ante la –¿moral, audaz, astuta, temeraria, inteligente?– iniciativa de Podemos, el ‘no es no’ de su adversaria andaluza en las primarias no le dejó margen para ello. Y si su idea era lanzar su propio ‘no es no’, Díaz le había tomado la delantera: no había mas remedio que seguir la estela.

Aun así, conviene retener el matiz de que la reiterada exigencia de Sánchez de que Rajoy debe dimitir establece una conexión simbólica con la moción de Podemos.

Y si Iglesias había acariciado la idea de que su moción dividiría a los socialistas, pronto se vio obligado a desecharla. El ave parlamentaria liberada por Podemos iniciaba su vuelo con plomo en las alas.

Un titular sin texto

La moción de censura de Podemos es un titular sin texto. O para ser más precisos, uno de esos titulares engañosos cuyo texto no se corresponde con lo que promete la letra grande: el titular es bueno pero el texto no tanto; el titular promete mucho, pero el texto da poco. Por eso genera frustración y resentimiento en el lector.

La moción de cesura de Podemos es inviable como tal moción de censura, pero eso no significa que sea inútil políticamente. Es, eso sí, una jugada arriesgada, un movimiento audaz que fácilmente puede volverse en contra de sus promotores.

Un arma de destrucción masiva

La naturaleza impostada de la moción será difícil de ocultar cuando el candidato alternativo a Mariano Rajoy, sea Pablo Iglesias o sea un civil ajeno al Congreso, salga a defender un programa de gobierno que nadie más que Podemos apoyará.

Esa radical y absoluta ausencia de credibilidad del candidato para convertirse presidente, combinada con las feroces críticas de socialistas y Ciudadanos, evidenciará que Podemos ha utilizado con inexcusable –o en todo caso interesada– ligereza esa ‘arma de destrucción masiva’ que es la moción de censura: tanta liviandad tal vez no le quite votos, pero le impedirá aumentar los que tiene, y sin ese aumento nunca podrá gobernar.