Los hechos son bien conocidos. Ocurrieron ayer en una plaza de Bilbao cuando un ‘ultra’ del Betis, que jugaba con el Atlétic, grita 'Arriba España' y se acerca con un vaso grande de bebida a un hombre que está leyendo plácidamente el periódico en una terraza: mientras sus amigos están grabando la escena, el tipo le pregunta al hombre si es 'proetarra', le echa la bebida encima y lo golpea dándole un tortazo, patadas y puñetazos. La víctima escapa hacia el interior del bar, entre las risas de los que graban el vídeo.

El vídeo de la agresión circuló ayer a toda pastilla por las redes sociales, a lo cual contribuyó bastante torpemente el propio ministro del Interior al compartirlo desde su cuenta oficial de Twitter. Juan Ignacio Zoido debió condenar la agresión, como así hizo, pero no contribuir a su difusión.

Ciertamente, el ministro se equivocó, pero tampoco se trata de una equivocación dramática. Ni siquiera irreparable: basta con borrar de tuit el repugnante vídeo.

Lo dramático, lo irreparable es que la aislada, estúpida y vil agresión se ha convertido en noticia no porque el hecho sea informativamente relevante –que no lo es: en realidad es periodísticamente trivial– sino porque ha sido grabado. Sin grabación no habría habido noticia.

La descarnada lógica de las redes sociales exhibe aquí toda su sobrecogedora trivialidad: antes se hacía un vídeo de algo que era noticia, ahora es el propio hecho de grabar algo lo que convierte en noticia ese algo, aunque sea irrelevante. No hay vídeo porque hay noticia; es al revés: hay noticia porque hay vídeo. La agresión apenas habría merecido atención informativa alguna si los propios descerebrados no la hubieran grabado.

Todos, empezando por el ministro, les hacemos al juego a tres idiotas peligrosos, hasta el punto de que acaba por no quedar claro del todo quiénes son los verdaderos idiotas en esta historia.