El cerco sobre Mariano Rajoy se estrecha. Si la justicia funcionase como un gobierno o como un partido político, el presidente no tendría de qué preocuparse, pero el poder judicial no es unidimensional, va por libre, es algo caótico, independiente e imposible de controlar en su totalidad. Su ritmo es un misterio: a veces avanza como una tortuga y a veces lo hace como una liebre. Con la corrupción del PP, ha entrado en la ‘etapa liebre’.

Deberíamos dejar de preguntarnos por qué el PP no ha roto amarras con su pasado –ni aun con su presente– de corrupción: porque es imposible que lo haga mientras Mariano Rajoy siga siendo su presidente. El grueso de la corrupción descubierta en el PP coincide con la presencia de Mariano Rajoy bien como presidente del partido, bien como miembro relevante de su sala de máquinas. Rajoy no puede levantar las alfombras de Génova porque si lo hiciera se daría de bruces consigo mismo.

El caso andaluz

El PSOE andaluz ha podido –y a duras penas– marcar distancias con la controvertida etapa de los ERE porque el partido ya no lo dirigen Manuel Chaves, Pepe Griñán ni la generación política a la que este escándalo se ha llevado por delante para siempre.

Naturalmente, Chaves y los suyos están molestos –no pueden no estarlo– con Susana Díaz porque ésta marcó dichas distancias con el pasado, limitándose a defender la honestidad personal de algunos de los procesados... pero nada más. Ciertamente y muy al contrario de los imputados por corrupción en el PP, la mayoría de imputados por los ERE se enteraron de que tal vez habían delinquido el día que la juez Alaya puso en un papel que habían delinquido pese a no haber gestionado directamente dinero público ni haberse llevado a casa un solo euro. Nada que ver, pues, con el latrocinio madrileño.

Algo de tragedia griega

Aunque hay aspectos de los ERE que el PSOE andaluz sí podría haber defendido –como que el grueso del dinero público gastado lo han cobrado o lo están cobrando más de 6.000 trabajadores afectados por la crisis de sus empresas–, Díaz difícilmente podía hacer otra cosa que lo que ha hecho.

Su supervivencia y la de su partido dependían en buena medida de ello, aunque el precio haya sido dolorosamente alto: al cortar amarras con el pasado, Díaz ha sido injusta con sus predecesores, pero es que la situación tenía algo de la fatalidad de las tragedias griegas: el PSOE andaluz ha sido injusto con Chaves, Griñán, Zarrías o Vallejo porque no podía no serlo. 

Rajoy y la justicia

El PP no ha encontrado, ni por supuesto buscado, su propia Susana Díaz. Lo hará cuando Mariano Rajoy así lo decida. Y Mariano Rajoy lo decidirá cuando no tenga más remedio que decidirlo. A fin de cuentas, Griñán decidió dejar en su puesto de presidente a Díaz cuando no tuvo más remedio que hacerlo porque Mercedes Alaya le pisaba los talones. Otra cosa, por cierto, es que Susana Díaz consiga completar el ciclo iniciado entonces logrando ser para el PSOE federal lo que ya es para el PSOE andaluz: eso no se sabrá hasta conocer el resultado de las primarias del 21 de mayo.

Al presidente del PP la justicia todavía no le pisa los talones personalmente. Aun así, la paradoja de Rajoy es terrible: si no se marcha, el PP nunca podrá decir adiós a su pasado corrupto, pero si se marcha perderá el blindaje que tiene todo presidente (sobre todo si es de derechas) y será presa fácil para la justicia.

La 'suerte' de Cifuentes

¿Y quién sería la Susana Díaz del PP? Probablemente, la presidenta madrileña Cristina Cifuentes, cuyo prestigio interno y externo se ha multiplicado precisamente por haber cortado amarras con el pasado de Esperanza Aguirre llevando a la Fiscalía los manejos corruptos de Ignacio González.

Cifuentes ha tenido, además, la inmensa suerte de no disfrutar de mayoría absoluta en la Asamblea de Madrid, pues ello la ha obligado a una autocrítica y una moderación imprescindibles para ganarse el favor de Ciudadanos, pero que seguramente no habría practicado de haber gozado del rodillo de su antecesora.

Cerca de Rajoy pero lejos de Madrid

¿Hará Rajoy lo que tiene que hacer? Quién sabe. Dado que el PP se está convirtiendo en un apestado al que nadie se atreve ni a aprobarle los Presupuestos Generales, el desenlace más probable de todo este embrollo podría ser este: elecciones generales en 2018 y renuncia de un achicharrado Rajoy en favor de una Cifuentes en alza.

¿O tal vez en favor de un Alberto Núñez Feijóo? Quién sabe. Dependerá de cómo juegue sus cartas cada uno de los dos delfines: aunque perseguido por aquella foto suya tomando el sol en el yate de un narco, la ventaja de Feijóo es ser gallego como Rajoy; la ventaja de Cifuentes, a la que no persigue ninguna sombra, es ser de Madrid como lo son la mayoría de periodistas, políticos y empresarios que influyen en estas cosas y para quienes la presidenta madrileña, de ser ungida con el sagrado dedo de Rajoy, se convertiría de inmediato en ‘uno de los nuestros’.