En 1992 yo era un investigador recién licenciado. Llevaba sin embargo bastantes años militando en organizaciones sociales y en política estudiantil. A mí y a las personas de mi entorno cercano la Expo92 nos pareció un despilfarro enorme desde el momento mismo en que se planteó. En aquel entonces entendimos que era un proyecto megalítico ejecutado con más aires de grandeza que efectividad y una absoluta falta de control económico. Nuestra postura nos llevó a negarnos a visitar el recinto, aunque lo cierto es que finalmente la mayoría de nosotros entró en alguna ocasión. Yo lo hice cinco o seis veces, siempre invitado a actos relacionados con mi trabajo o mi familia. Con el paso del tiempo, aunque es cierto que tengo la sensación de que me perdí algunas cosas divertidas, creo que acerté con aquella postura.

Estos días se nos han venido encima las celebraciones de los 25 años del evento. Políticos que se juntan a darse palmadas en la espalda, pero también mucha gente que desempolva sus recuerdos; sobre todo los que eran niños y adolescentes en aquella época, que recuperan añoranzas de días felices en el recinto de la Cartuja. Los recuerdos son respetables y la felicidad de los días y las noches en la Expo es totalmente real. Sin embargo, en la celebración pública se echa de menos cualquier tipo de evaluación del evento. Vuelven a organizarse fastos, casi como los de entonces, en una fiesta acrítica. Sin que nadie se plantee seriamente analizar todo aquello; qué se hizo bien y en qué se falló.

Ante todo, hay que señalar que sin duda la Expo supuso la mayor modificación urbana de la ciudad en toda su historia. Es justo reconocer que la Sevilla actual es deudora en gran medida de las obras modernizadoras de entonces: se trazaron las grandes rondas urbanas y se estableció una conexión perimetral con todos los barrios; se quitó el muro de la calle torneo y se acabó con el tapón de Chapina; se hicieron puentes, avenidas, rotondas. Todo eso supuso el paso definitivo de Sevilla hacia la modernidad. Sin embargo, ya no se habla de cómo se hizo. Tampoco del coste que tuvo: el coste social de los asentamientos chabolistas arrasados sin ningún tipo de medida social para sus habitantes, de la destrucción del centro y su tejido social a través del plan Urban. Y el coste económico, e incluso el dinero perdido. Aquella planificación urbanística se hizo sin participación popular, sin pensar en el modelo de ciudad ni sus habitantes. En todo caso eso, y el AVE, es lo mejor que dejó la Expo.

Respecto al recinto de la Expo en sí mismo, lo que nos preocupaba entonces -y lo que habría que analizar realmente alguna vez-, es cuánto se gastó, para hacer qué y qué quedó después para la ciudad. Aunque miles de sevillanos se divirtieran visitando atracciones y pabellones durante una especie de feria de abril de varios meses lo cierto es que la inversión realizada no justifica ese parque de atracciones provisional. Se gastó dinero a espuertas sin mucha más finalidad que unos meses de esplendor y de figurar, sin previsión de futuro. En 1992 muchos nos indignamos porque no se había planeado de manera ningún futuro para la Cartuja. Nos vendían que esa iba a ser la zona más cara de la ciudad; un paraíso de la tecnología; la envidia del mundo entero. Muchos no nos creímos que hubieran pensado siquiera de manera realista en el día después. Y pronto se vio que teníamos razón. La mayoría de pabellones se destruyó o quedaron abandonados. La zona nunca terminó de conectarse con la ciudad. Los transportes aéreos se convirtieron en chatarra casi a la vez que la fantasmal estación del tren. Aquello se convirtió en un erial desolado lleno de basura y con un puñado de oficinas públicas y empresas.

A día de hoy sigue siendo en gran medida un solar desolado y abandonado donde yacen oxidados los restos abandonados de aquellos días. En los últimos años se han implantado más empresas, se han instalado también algunas facultades universitarias y la zona parece recuperarse. Quedan espacios baldíos entregados a los hierbajos, aparcamientos fantasmas de película apocalíptica, oficinas municipales instaladas en caracolas provisionales y la sensación de que aunque por fin empieza a utilizarse todavía no forma realmente parte de la ciudad.

¿Compensa la brutal inversión que se hizo en la Cartuja con los beneficios obtenidos por la ciudad? Creo que no. Lo que se gastó (y lo que desapareció en el intento) no es proporcional con los beneficios obtenidos. Se desperdició la oportunidad de planear el crecimiento de la ciudad hacia esa zona del río lo mismo que en otras zonas de la ciudad se aplicó una política urbanística desarrollista que ya por aquel entonces estaba desfasada. Faltó planificación y sensibilidad por los ciudadanos. La inversión fue enorme y, por supuesto que algo se ha sacado de ahí, pero no hay duda de que es mucho más lo desperdiciado.

Honestamente, creo que las autoridades tienen la obligación de evaluar si lo que ha quedado es proporcional a lo mucho que se gastó y se podría haber hecho mucho mejor. No es de recibo que se arropen en el entusiasmo popular y la feliz mitología sevillana sobre las noches de la Expo. La gente lo pasó muy bien. Miles de sevillanos disfrutaron como nunca. Pero ese entusiasmo popular, convertido ahora en nostalgia, no puede esconder las responsabilidades políticas. Los políticos sonrientes que se encuentran para recordar aquello entre discursos y canapés deberían tener la honradez de aprender algo de aquello. Es necesario analizarlo. Por mi parte creo que la conclusión sigue siendo que la Expo fue un derroche y una oportunidad perdida. Aunque quizás sea porque yo fui poco.