Vi por casualidad las imágenes de la presentación de la candidatura de Susana Díaz a la Secretaría General del PSOE. Un periódico emitía la señal institucional del partido y me asusté: la puesta en escena recordaba casi a las de unos mítines en Nüremberg: masas enfebrecidas agitando banderas,  música grandiosa, loas a la líder. Cuando por fin se disipó la multitud y la candidata se sentó vi por fin que lo hacía junto a Felipe, Guerra, Zapatero, Rubalcaba,… Me tranquilizó. Es sólo más de lo mismo; el PSOE que ya conocemos.

Algo hay nuevo, sin embargo, en este asalto definitivo de Susana Díaz a la cabeza del socialismo. Por mucho que exageren la puesta en escena y aunque la candidata ponga su mejor sonrisa falsa todos percibimos una sensación de derrota. No hay un ápice de ilusión en este proceso interno del partido socialista. Seguramente son conscientes del daño que les causó ese espectáculo grotesco cuando echaron de mala manera al secretario general elegido por la militancia para asegurar el apoyo a un nuevo mandato de Mariano Rajoy.

Esa herida interna no está cerrada, y las tensiones se disparan en el partido. Si a eso se suma el bajón electoral de los socialistas por toda Europa y el crecimiento aquí de Podemos como alternativa de izquierdas, la verdad es que ser Secretario General del PSOE no parece un puesto envidiable. Es probable que Díaz se haya resistido a dar ahora el salto. En Andalucía empieza a perder popularidad, pero la apuesta estatal tiene muchas incertidumbres. Si se ha decidido es porque está convencida de que sólo ella puede parar a Pedro Sánchez, que se ha convertido en la bestia del aparato socialista. Y porque la empujan a presentarse todos los que se han dado cuenta de la misma realidad. Susana Díaz se presentó rodeada de todo el que ha sido algo en el pasado del partido socialista; de los que daban la cara en los buenos tiempos, cuando eran alternativa de Gobierno. Pero muchas de las viejas glorias que la empujan tienen su tufo de corruptela hasta para el militante socialista más convencido. La mayoría de quienes la rodeaban en su presentación no militan ya en la política sino en los consejos de administración de las multinacionales más  infames. No se sabe si son su salvavidas o el peso que la va a arrastrar al fondo. Pero ella ha aceptado el riesgo y allá va.

Va Susana a Madrid defendiendo la abstención para que Rajoy siga de Presidente del Gobierno. Va a Madrid mientras gobierna en Andalucía con el apoyo de Ciudadanos. Y va sin los aires intelectuales que rodeaban en otros tiempos a la cúpula socialista. La Presidente Susana Díaz no se ha rodeado nunca de élites ilustradas. Ella ha preferido siempre al militante que lo es desde joven. A la gente de partido sin más vida que la que dan los congresos, las reuniones y el navajeo. Entre ellos se siente segura y no teme que nadie le haga sombra. Así que no hay a su alrededor ni ideólogos ni pensadores.

En el partido lo saben. Y a falta de altura intelectual parece que han encontrado una cualidad alternativa para vender al personaje: la gracia de Andalucía.

La llaman Sultana. Insisten en que es trianera. Se refieren con gracejo a su padre fontanero funcionario. Y ella se deja. Sus comparecencias públicas cada vez se parecen más a un programa de Juan y Medio o de María del Monte. La caricatura andaluza de Canal Sur convertida en modelo a seguir.

El advenimiento de Susana Díaz va a reforzar y fomentar los peores estereotipos sobre Andalucía. La gracia; el gracejo forzado; los falsos golpes de pecho; los prontos raciales; la palabrería excesiva y superficial. La Presidenta va a representar más que nunca a toda nuestra tierra, y la imagen que lleva no es la mejor. Ella no se priva de un sarao populista. Es carnaval cuando toca y feria todo el año. A la única esperanza del PSOE la están vistiendo con corona, manto, saya y joyas como si fueran a pasearla por un barrio sevillano entre gritos de guapa y guapa.

Detrás de eso se esconde la realidad política andaluza. Un país donde 35 años de gobierno del mismo partido han creado una poderosa red clientelar que se extiende por toda la administración y sus tentáculos. Una red en la que los favores, la complacencia, la amistad y la lealtad personal se han convertido en los criterios máximos para gestionar lo público.

Susana Díaz va a irse justo cuando la gente se le revuelve en la calle por la desastrosa gestión hospitalaria y los recortes despóticos en educación. Cuando las expectativas socialistas bajan y cuando no hay en su gobierno nadie con altura para capitanear a los socialistas andaluces a ninguna victoria. Se diría que huye envuelta en niebla de incienso, como se van los pasos de palio. Detrás nos deja una tierra desilusionada y mucho costumbrismo.