Ha querido el azar del calendario que con apenas unos pocos días de diferencia el Parlamento de Andalucía haya aprobado la Ley de Memoria Democrática y el sello editorial Random House haya publicado la novela de Javier Cercas ‘El monarca de las sombras’, cuyo asunto es también la gestión familiar y colectiva del pasado. Aunque nada tengan que ver en la forma, la ley andaluza y la novela de Cercas comparten una misma inquietud y nacen de un mismo impulso civil: los de reparar los daños del pasado sin echar a perder el futuro.

Un cierto avance

La ley andaluza ha salido adelante sin ningún voto en contra, pero sin todos los votos a favor. El Partido Popular y Ciudadanos se abstuvieron en la votación final y esa es una buena noticia, pero esa posición en apariencia aséptica tal vez tenga mucho más de la beligerancia del ‘no’ que de la neutralidad de la abstención.

Aunque la unanimidad ha sido imposible, el tránsito de la derecha andaluza desde el ‘no’ a la abstención es un avance: formal, pero avance; parlamentario, pero avance.

La andaluza es más avanzada que la ley nacional, pero arrastra el mismo mal congénito que esta: deja fuera a la derecha. En Andalucía y en el resto de España, la memoria histórica sigue siendo cosa de la izquierda y solo de la izquierda.

Leyes y leyes

Aun con todo, lo malo no es solo esa exclusión –¿o más bien autoexclusión?– de la derecha sino también la naturalidad con que se la toma la izquierda, como si el hecho no tuviera demasiada importancia pues a fin de cuentas lo decisivo es la cantidad y no la calidad, es decir, que la ley ha sido aprobada con un respaldo parlamentario muy amplio (67 votos de 109).

Sin embargo, esta no es una ley como las demás. Su eficacia depende de su consenso. A las leyes sobre la memoria les ocurre un poco lo que a las leyes sobre educación o incluso a las constituciones: lo que las hace buenas no es la técnica jurídica con que han sido redactadas o los avanzados principios que las inspiran, sino el consenso que suscitan. No alcanzan el consenso porque son buenas, sino que son buenas porque alcanzan el consenso.

No es este, sin embargo, el modo en que se ven las cosas desde la izquierda, que ha hecho un serio esfuerzo político para limar sus diferencias internas en materia de memoria, pero quizás no lo ha hecho para limarlas con la derecha.

El origen fueron las fosas

El punto más importante de la ley andaluza en el que la derecha sí ha estado de acuerdo es en la exhumación de las fosas. ¿Por qué el más importante? Porque está en el origen de todo el movimiento memorialista y porque los familiares directos de las víctimas enterradas sin honor ni dignidad son en su mayoría ancianos a muchos de los cuales no les quedan muchos años de vida. Los mismos ancianos que han visto cómo el Gobierno del PP menospreciaba sus anhelos y sus sentimientos al no destinar –y aun jactarse de ello– ni un solo euro de ayudas públicas para la investigación y exhumación de fosas.

¿Hará lo mismo el PP si un día gobierna en Andalucía? Formulemos la pregunta de otra manera: ¿y por qué no habría de hacerlo, si no siente como propia la ley aunque incorpore ese compromiso presupuestario con las exhumaciones que el PP dice compartir?

¿Era posible el consenso?

Ahora bien: ¿era posible de alguna forma atraer al PP al consenso sobre una ley ante la que siempre se ha sentido muy incómodo pues persigue sacar a la luz verdades extremadamente embarazosas para la derecha española?

Y aquí, en esta pregunta, es donde la ley andaluza converge con la novela de Cercas, cuyo móvil narrativo es precisamente sacar a la luz verdades extremadamente embarazosas para el autor, para su familia y también para la izquierda. Los riesgos del empeño novelístico de Cercas los describe el propio autor al principio de la obra, en boca del personaje David Trueba.

Habla Trueba

El cineasta le desaconseja a su amigo Cercas que escriba el libro, y lo hace con estos argumentos:

“¡Te van a dar de hostias hasta en el carné de identidad, chaval! Escribas lo que escribas, unos te acusarán de idealizar a los republicanos por no denunciar sus crímenes, y otros te acusarán de revisionista o de maquillar el franquismo por presentar a los franquistas como personas normales y corrientes y no como monstruos (…) Unos se ponen de los nervios cada vez que sacas el asunto, porque siguen pensando que el golpe de Franco fue necesario o por lo menos inevitable, aunque no se atrevan a decirlo; y otros han decidido que le hace el juego a la derecha quien no dice que todos los republicanos eran demócratas, incluidos Durruti y La Pasionaria, y que aquí no se mató un puto cura ni se quemó una puta iglesia…”

El combatiente equivocado

‘El monarca de las sombras’ es una incursión a pecho descubierto en el territorio comanche de la memoria colectiva: el autor intenta en sus páginas esclarecer el rastro biográfico de un tío abuelo que, muerto con apenas 19 años en la Batalla del Ebro, luchó en el ejército de Franco en defensa de sus ideales fascistas: lo perdió todo, sostiene el autor, por una causa equivocada, luchando en el lado equivocado y en defensa de unos intereses que no eran equivocados pero que, ay, no eran los suyos sino los de una clase social que sin duda no era la suya.

Espinosa al ataque

No lo entiende así, sin embargo, el historiador especializado en la Guerra Civil y la represión franquista Francisco Espinosa, que considera el libro de Cercas un “panfleto” lleno de “cinismo y calculada ambigüedad” escrito para “blanquear a través de su tío y de su familia el pasado del fascismo español”. Aun a riesgo de verse retratado en los augurios de David Trueba, la reseña de Espinosa, que parece escrita menos con la razón que con las tripas, se ensaña con la narración de Cercas hasta extremos de difícil justificación, atribuyendo al autor recónditas y vergonzosas intenciones políticas imposibles de probar pero explicitadas en el propio título del artículo: ‘Javier Cercas blanquea de nuevo el fascismo’.

La airada reacción de Espinosa es muy significativa, y altamente sintomática, porque se trata de un historiador respetado, que ha publicado libros importantes sobre la Guerra Civil en editoriales muy reputadas y cuyas investigaciones son un referente historiográfico pero también moral dentro del movimiento memorialista.

El abismo

El hecho de que alguien como Espinosa piense que el sincero y civilizado libro de Cercas es poco menos que basura colaboracionista –desde luego, la crítica literaria no opina lo mismo– resulta desconcertante. Y desesperanzador. Desconcertante porque alguien tan solvente haya leído el libro con ojos tan equivocados y desesperanzador porque evidencia el abismo que separa las distintas sensibilidades en el seno de la izquierda, pues Cercas –le pese cuanto le pese a Espinosa– está inequívocamente encuadrado en la izquierda.

Culpables y responsables

La invectiva de Espinosa nos devuelve, por lo demás, a la casilla de salida: a la ley andaluza y al mal congénito del que adolece. Y es que la facción más activa y sinceramente comprometida con la bandera de la memoria es muchas veces la más intransigente, y no solo políticamente, sino también moralmente. Es la facción que no considera relevante que la derecha quede excluida –¿o más bien autoexcluida?– de las políticas de memoria. Como podría haber dicho Hannah Arendt interpretada por Cercas: la culpa de esa exclusión tal vez sea de la derecha, pero la responsabilidad de la misma es de la izquierda.