Va a hacer ya tres años de aquello. ¡Solo tres y parecen diez! Si en los albores del verano de 2014 Susana Díaz hubiera dado el comprometido paso –que tantos le pedían– de postularse para dirigir el Partido Socialista, habría sido sin duda la secretaria general que sustituyera a Alfredo Pérez Rubalcaba.

Al final no lo hizo fundamentalmente por dos razones, una buena y una mala. La buena era que acababa de llegar a la Presidencia de la Junta por decisión personal de José Antonio Griñán y quería ganarse el puesto en el césped y no en los despachos, es decir, mediante el voto de los andaluces. Y la mala era que el sillón de Ferraz no iba a salirle gratis: para lograrlo tendría que pelear en primarias con Eduardo Madina, hombre entonces cercano a un Rubalcaba a su vez hombre entonces lejano a Díaz.

Hora de pensárselo

Dirigentes con responsabilidades en el partido o las instituciones pensaban que en aquel 2014 Susana debía tomar el AVE a Madrid, pero las opiniones en la organización andaluza no eran unánimes. Otros pensaban que la operación era demasiado precipitada. ¿Marcharse a Ferraz cuando apenas acababa de llegar a San Vicente? Muchos militantes le decían de viva voz o por escrito que no se marchara. ‘¡Si de verdad nos quieres, no te vayas!’.

¿Qué hacer? Díaz se lo pensó mucho. Pero mucho mucho. Lo que tal vez inclinó hacia Sevilla la balanza de sus dudas fue la decisión de Madina –¿instigado por Rubalcaba?– de obligarla a competir en primarias: aun así, es muy probable, casi seguro que habría sido la nueva secretaria general del PSOE. Pero no por aclamación. Una aclamación que consideraba buena para ella, pero también y sobre todo buena para un partido que, ya entonces, no sabía muy bien cómo diablos interpretar el vertiginoso ascenso de Podemos en las europeas.

Con él llegó el escándalo

En lugar de competir ella misma, Díaz optó –en compañía de otros– por patrocinar a un desconocido y bastante moderado Pedro Sánchez que, aunque a sus fieles no les guste admitirlo, jamás habría llegado a secretario general sin el respaldo expreso de Andalucía. Entonces nadie podía imaginar que aquella sencilla operación orgánica destinada a frenar a Madina/Rubalcaba, conduciría al Partido Socialista a su crisis más profunda desde la Guerra Civil.

El nuevo secretario federal le debía demasiado a una secretaria territorial. Gestionar bien una deuda tan voluminosa es tarea prácticamente imposible: si la pagas, malo; si no la pagas, peor. Las primarias habían sido de mentira, pero el nuevo secretario general era de verdad. ¡Vaya si lo era! Quienes creyeron haber elegido a un secretario se encontraron con que habían elegido a un general. Un general inexperto que de pronto se halla al frente de un poderoso ejército que no conoce: una inexperiencia y un desconocimiento que lo obligaban a demostrar ansiosamente que merecía el cargo.

La hora de la verdad

Tres años después de que empezara todo, llega la hora de la verdad para la líder andaluza. Una hora de la verdad cuyos prolegómenos le son adversos, pues prácticamente todas las encuestas coinciden en subrayar que los votantes socialistas prefieren a Pedro Sánchez para seguir dirigiendo el PSOE. ¿Preferirán lo mismo los militantes? Nadie lo sabe.

No obstante, aquí el que no se consuela es porque no quiere: una encuesta de Sigma Dos para El Mundo el 23 de junio de 2014 situaba a Madina como indiscutible favorito frente a Pedro Sánchez entre los votantes socialistas (35,5 frente a 16,7 por ciento).

Las dudas

Los seguidores de Díaz insisten en que su imagen negativa proviene en buena parte del hecho de ser mujer, de ser andaluza y de ser un peligro tanto para el PP comp para Podemos. Puede que esos estereotipos tengan su peso, pero no parece que sean determinantes. Lo determinante habría sido más bien que Díaz ha participado de manera muy activa pero sin dar abiertamente la cara en la batalla contra Sánchez: a partir de esa conducta privada se ha proyectado una imagen pública de simulación y doblez que ensombrece sus mejores virtudes y enturbia gravemente su perfil. No importa que la imagen sea injusta; importa que está ahí.

En su mano está hacer kilómetros para despejar ante los suyos esas dudas sobre su comportamiento y exponer con claridad y coraje las (sobradas) razones políticas que justificaban el cerco al general Sánchez y justificarían que la pongan a ella al frente del partido.

Las preguntas

¿Dirán lo mismo las encuestas cuando, antes de que acabe este mes, Susana se proclame candidata y comience propiamente la batalla? Nadie lo sabe.

¿Sabrán ver los militantes de base las sólidas virtudes políticas que, al menos desde el verano de 2014, ven en ella la mayoría de dirigentes territoriales, exdirigentes federales y expresidentes socialistas?

¿Logrará Díaz que los de abajo acaben compartiendo su certidumbre de que la opción de Pedro Sánchez conduce al PSOE a la división y el abismo?

¿Logrará convencer a los militantes de que ella no es el ala derecha del partido donde con tanta habilidad intenta Pedro Sánchez arrinconarla? ¿Los convencerá de que la abstención ante Rajoy era mala opción pero no tanto como ir a terceras elecciones? Nadie lo sabe.

¿Logrará, en fin, que le perdonen la decapitación del secretario general que lo puso todo perdido de sangre en aquel aciago 1 de octubre de 2016? Nadie lo sabe.