Qué serias se ponen las izquierdas con sus embrollos, cuánto drama.  Demasiada solemnidad, demasiada gravedad. La ironía es una tentación negada para la izquierda, siempre incapaz de reírse de sí misma. Tal vez la más plástica consecuencia de esa insoportable superioridad moral  (tú ganarás las elecciones, Mariano,  pero en mis derrotas electorales mando yo y te jodes) con la que se conduce por la vida.

Viene a que estábamos (mi altocargo y yo) en una de esas discusiones entre vino y queso y el personal discurría con notable afán sobre las susanas, los sánchez, los patxis, los errejones, los pabloiglesias, más queso para este vino, más vino para este queso y el crepúsculo cayó por donde se supone que está Huelva. La síntesis viene a ser en trazos gruesos que:

Susana: tú ya no puedes volver atrás porque el invento diabólico del anticristo Sánchez fue tuyo y ahora no queda otra que arremangarte para conjurarlo. Los más memoriosos reivindican un nuevo pacto Bilbao-Betis, al estilo del que compusieron Felipe y Nicolás Redondo para voltear en Suresnes al viejo socialismo de Llopis, un pacto que trajo la gloria del ochenta y dos y los mejores años de la democracia. Hay un voto particular que preferiría que Susana animase a presentarse a Javier Fernández y ella diese un paso atrás porque “cada vez que habla (Fernández) se hace la luz”.

Patxi:  Buen chaval, sí; se le ve buena gente, con fundamento, sí. Y así durante uno o menos minutos, medio vino o menos.

Sánchez: Quintero le preguntó una vez a Carrillo si de mayor quería ser ruso. Sánchez de mayor quiere ser de izquierdas veras y menos amaneramiento socialdemócrata atrapado por el capital. Y lo peor no es él en su mismidad y su arrebato místico-leninista desde que lo echaron de secretario general. Lo peor es el “negro” que le escribe esas frases como pedradas (“no es no”), con las que se agitan las asambleas y se pierden las elecciones. El personal hace muecas de hastío.

Pablo: el anguitismo está ahí con su programa, su programa, su programa, ese odio gulaj a los sociatas, esa vehemencia dialectal del centralismo democrático, esa coleta del comunismo de la posverdad, que a lo mejor no se ha muerto con Castro. Sólo imaginar a Rejón (Luis Carlos) apoyando con entusiasmo a Iglesias da un temblor. Volverán a las pinzas y a las trincheras del cinco por ciento de techo electoral.

Errejón: nadie dice Iñigo de este babyface que tanto les recuerda al terriblemente poderoso Alfonso Guerra que escuchaba a Mahler y comía chocolatinas a deshoras. Felipe ponía el careto y Guerra el partido. Todos ven que ahí hay algo, ahí hay alguien con talento, ambición y el enorme ego camuflado detrás las gafas de pitagorín.

Esto no es tan alambicado, prendas mías, prendas mías, terció con vehemencia de síntesis finalista mi altocargo y pretendido buen humor. Estoy leyendo a Renzi que dice que la nostalgia es un acto onírico y vosotros os estáis regodeando en la cosa. Esto es más sencillo: lo que conviene al devenir del incierto político es que Iglesias gane con estrecho margen a Errejón; que Susana gane y pacte con Patxi para un congreso conciliar. Y una vez así la vida  le cambiamos a Sánchez por Errejón y todos encantados de la muerte. Y ya se encargará el “negro” de Sánchez (por ejemplo “sí es sí”) de dinamitar lo que quede de Podemos en la próxima edición de Vistalegre dos y medio.