Con un año y medio de retraso, la batalla en el Partido Socialista se aproxima a un desenlace que –ahora lo sabemos– será dramático. Gane quien gane en las primarias de junio, lo hará por un margen pequeño. Recomponer la unidad perdida no será fácil.

Si, tras la derrota electoral de diciembre de 2015, el resto de barones hubieran alentado a Susana Díaz frente a Pedro Sánchez o si la presidenta andaluza se hubiera atrevido a defender abiertamente que la única salida para su partido era la abstención en la investidura de Rajoy, las cosas tal vez les habrían ido mejor a los socialistas.

Ciertamente, es fácil decir eso teniendo en cuenta lo mal que les han ido: tan mal que es difícil imaginar cómo podrían haberles ido peor. ¿Les habrían ido peor siendo adelantados por Podemos el 26J? Ni siquiera así, pues en ese caso Pedro Sánchez sí habría tenido que dimitir (¿seguro que lo habría hecho?) y el partido podría haber acometido con cierta serenidad su renovación.

Un lejano vaticinio

A finales de diciembre de 2015, escribí lo siguiente: “Hace un año y medio –en el verano de 2014– todas las miradas se giraron hacia Susana Díaz tras la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba. Díaz, no sin pensárselo mucho, declinó entonces la invitación generalizada de que tomara las riendas del partido. Entonces no lo hizo porque entonces podía no hacerlo: ahora no puede no hacerlo. Su proclamación habría sido un paseo militar sin muertos ni heridos; ahora puede conseguir el cetro pero antes tendrá que librar una guerra que, como todas las guerras, necesariamente habrá de ser incierta y necesariamente ocasionará importantes daños internos. Pero la suerte está echada. En 2014, Susana Díaz pudo elegir; ahora no puede”. Y si ya en 2015 no podía elegir, ahora todavía menos.

Menosprecio de corte

Parece, sin embargo, que, contrariamente a lo que venimos sosteniendo los de la aldea, en la corte hay cierto ruido sobre si Díaz se echará finalmente atrás. Este jueves en la COPE el periodista generalmente bien informado Fernando Jáuregui decía que en Madrid anda gente apostándose comidas sobre si la presidenta andaluza se presentará o no a las primarias.

O los de Madrid saben mucho más que los de aquí o simplemente más frívolos. Pero ya se sabe cómo funcionan estas cosas: la gente cree que tiene plaza en Madrid porque es la más lista, cuando en realidad suele ser al revés, que es la más lista porque tiene plaza en Madrid. Les ocurre lo que decía de sí mismo aquel juez del Supremo norteamericano: ‘No hablamos los últimos porque tengamos razón, sino que tenemos razón porque hablamos los últimos’.

La toalla

¿Es verosímil que Díaz arroje la toalla que lleva al hombro desde hace casi tres años? Piensen lo que piensen los cortesanos, la opinión de los aldeanos es que no la tirará porque hacerlo sería un acto de cobardía política que dejaría malherida para siempre su carrera política. 

Otra cosa es que cause desconcierto, y con razón, su tardanza en formalizar la candidatura. Una tardanza, por lo demás, explicable: es obvio que en esta batalla del PSOE Patxi López y Pedro Sánchez no tienen nada que perder, el vasco porque ya está de vuelta y el madrileño porque –aunque no lo parezca– ni siquiera está de ida, mientras que la andaluza Susana Díaz tiene mucho que perder. Tanto que si pierde, ay, si pierde…

Las dos ligas

Pero ese elevado riesgo personal no la autoriza a echarse atrás: más bien todo lo contrario. Su partido vive el momento más delicado de su historia desde hace 40 años y Díaz está obligada a arriesgarlo todo para evitar el desastre, que por cierto no es lo mismo que garantizar el éxito.

En el PSOE actual se juegan dos ligas distintas: la primera se llama Evitar el Desastre y la segunda Garantizar el Éxito. El Partido Socialista puede ganar la primera si en las primarias vence Díaz, pero está por ver si con ella saldría bien parado de la segunda. El problema si gana Sánchez es que no habrá segunda liga.

Frankenstein en Ferraz

Díaz está obligada a intentar la solución no solo por cultura y responsabilidad de partido, sino porque ella misma ha sido parcialmente la causa del problema. A fin de cuentas, ella creó el ‘monstruo’ llamado Pedro y ahora debe poner todo de su parte para devolverlo al olvido.

Recordemos muy resumidamente la historia de Mary Shelley: el doctor Víctor Frankenstein crea un cuerpo uniendo partes de distintos cadáveres, pero la criatura huye de su lado y, al sentir el rechazo del mundo y de su creador, decide resentido vengarse de ambos. No me llames Víctor, llámame Pedro.

Sánchez o nada

Menos obvio que todo ello es que el PSOE tiene todo que perder si quien gana las primarias a la Secretaría General es Pedro Sánchez. Con una victoria incluso ajustada de Patxi o de Susana, el partido podría detener la sangría, restañar heridas y, mal que bien, recomponer su maltrecha figura; con una victoria de Pedro eso sería imposible.

Y no, como pretenden sus seguidores, porque Sánchez sea (ahora) más de izquierdas que Díaz y López o porque el IBEX 35 lo tenga fichado como enemigo público número uno, sino porque un comandante en jefe no puede dirigir un ejército cuyos generales le son contrarios y además no tiene poder para cambiarlos por otros.

Pero lo cierto es que Pedro, una vez que por fin se ha sumado a la partida, está jugando sus cartas –en realidad, su carta– mejor que sus adversarios. En realidad, Pedro es un jugador temible porque es temerario. No puede no serlo: tiene todo que ganar y nada que perder. Sánchez o nada.

El lugar de Patxi

No sabemos si la reaparición de Sánchez desdibujará a Patxi o si esté logrará marcar perfil propio entre los potentes focos dirigidos a Pedro y a Susana. Haría bien ésta en cederle alguno de los suyos de vez en cuando.

Da la impresión de que Patxi confiaba en que su candidatura desanimaría a Pedro presentar la suya. No ha sido así. Se equivocó Patxi con Pedro. Como se equivocó Susana. Como se equivocó Francina Armengol y tantos otros. Como lo hará el PSOE si lo elige capitán: un capitán cuya primera orden al grupo parlamentario sería regresar al ‘no es no’. Fiat iustitia et pereat mundus.

El ex secretario general es un muerto viviente, que son los peores muertos porque mucha gente no advierte que están muertos. Los afiliados del PSOE elegirían como líder a un difunto que, heroicamente envuelto en el sudario escarlata bordado para él por la militancia, conduciría al partido directamente al cementerio.