Lo que viene a decir la última oleada del informe PISA de evaluación educativa es que en España hay comunidades ricas o medio ricas y comunidades pobres o medio pobres. Y también viene a decir que hay comunidades con mucha población y comunidades con muy poca, lo que en términos educativos se traduce en aulas con muchos o con pocos alumnos. De la combinación de ambos factores –PIB y población– es de donde, fundamentalmente, sale la media de competencia de los alumnos en ciencia, matemáticas y comprensión lectora, que es lo que mide la prueba PISA.

La verdadera línea divisoria entre quienes ‘aprueban’ y quienes ‘suspenden’ no está en las políticas educativas autonómicas, que son sustancialmente las mismas; ni en la preparación de los profesores, que concurren a las mismas oposiciones y se forman en las mismas facultades; y hasta ni siquiera en la financiación, que en el fondo viene a reproducir las dobles parejas citadas, autonomías ricas/autonomías pobres y autonomías pobladas/autonomías despobladas: más dinero por alumno en las ricas y/o despobladas y menos en las otras.

Las tablas no engañan

Basta mirar las tablas publicadas para observar que Murcia, Extremadura, Castilla-La Mancha, Andalucía y Canarias, habiendo tenido gobiernos de color político muy distinto durante décadas, ocupan prácticamente siempre los puestos más bajos. Y basta comparar esas tablas con las tablas del PIB per cápita para ver el grado de coincidencia de unas y otras. En PISA, Andalucía en concreto está en la última posición dentro de España en ciencias, al obtener 473 puntos frente a los 519 puntos de Castilla y León, y en el penúltimo lugar en lectura (466) y matemáticas (479). En PIB, la posición de Andalucía también oscila entre la última, la penúltima y la antepenúltima.

¿Acaso tiene trampa el informe PISA, como sugieren algunos responsables educativos de los territorios suspendidos? En esto, al PISA le pasa como al PIB, que tiene trampa tiene y no la tiene. Tiene trampa si tomamos el informe como un mapa, pero no la tiene si lo tomamos como una brújula. Digan lo que digan las autoridades educativas que creen salir malparadas, la dirección apuntada por la brújula es inapelable.

¡Es el dinero, estúpido!

¿Hace falta más dinero en educación para cubrir la brecha de competencia científica o lectora entre los alumnos del norte y del sur? ¡Pues claro que hace falta más dinero! A los dirigentes políticos, como los pobres se ven obligados a gestionar unas arcas exhaustas simulando que en verdad no lo están tanto, les gusta decir que en educación el dinero no es lo más importante, pero lo cierto es que el sentido común y la comparación de los datos de PISA y los datos del PIB indican más bien todo lo contrario.

Todo el mundo, y no hay estudio que no lo confirme, está de acuerdo en que el nivel sociocultural de los padres es, en términos estadísticos, absolutamente determinante en el éxito o fracaso escolar de los alumnos. Pues bien: esas deficiencias educativas en los hogares se pueden compensar de distintas maneras en la escuela, pero prácticamente todas ellas pasan por gastar más dinero: las clases con menos alumnos son mejores pero cuestan más dinero; tener profesores de apoyo es mejor pero cuesta más dinero; tener mejores infraestructuras, herramientas y dotaciones pedagógicas es mejor pero cuesta más dinero.

Profesores mejor preparados… y evaluados

También se habla, con razón y como planteamiento general, de la necesidad de contar con profesores mejor preparados y seleccionados. Mejor preparados y mejor seleccionados y, aunque a los docentes no les guste… mejor evaluados. Pero también eso cuesta dinero.

Si las comunidades pobres no destinan más dinero a educación –y hoy por hoy tienen poco margen para hacerlo pues ello les obligaría a descuidar otras cosas igualmente importantes– los niños de sus escuelas nunca lograrán equipararse a los de las comunidades más prósperas. O lo lograrán pero solo cuando sean igual de prósperas que las del Norte, es decir, solo cuando sus padres tengan la misma educación y la misma cultura que los del Norte.

Efectos colaterales

Y luego están, naturalmente, los efectos colaterales (o no tan colaterales) del propio sistema educativo con sus dos tipos de colegios, los bien llamados públicos y los mal llamados concertados. Mal llamados así estos últimos (muchos de ellos religiosos) porque en realidad se trata de colegios privados: centros de titularidad privada que se financian con dinero de todos pero se rigen con criterios de clase en la selección del alumnado: no formalmente de clase pero sí materialmente clasistas, pues la mayoría de ellos cobran a sus alumnos importantes tasas –debidamente camufladas, eso sí, como actividades extraescolares no obligatorias y milongas similares– que solo las familias de clase media o media alta pueden pagar.

Cambiar ese doble modelo del sistema de colegios (España es el segundo país de la UE con más alumnos en aulas privadas) es imposible sin un pacto que tendría que ser político pero también social y que ahora mismo sería imposible llevar a cabo: ni querrían suscribirlo, claro está, los partidos conservadores o la Iglesia ni querrían hacerlo tampoco los cientos de miles de familias llevan a sus hijos a colegios privados cuyas tasas pueden pagar solo porque esos centros se financian con fondos públicos.

Religión, divino tesoro

Pero dado que tal cosa es imposible, convendría centrarse en las que sí son posibles. Pactar una nueva ley educativa es hoy posible, aunque el riesgo sea el mismo de siempre: embarrancarnos en esa eterna y anacrónica discusión nacional sobre si ‘Religión sí o Religión no’ que tantísimas energías políticas y pedagógicas nos ha hecho consumir como país durante tantos y tantos años.

A su manera, el estéril y agotador debate sobre la asignatura de Religión también ha sido un efecto colateral (o no tan colateral) que ha estorbado, cuando no directamente impedido, alcanzar un acuerdo nacional sobre lo que –a efectos educativos, no a efectos teológico– de verdad importa: la lengua, la ciencia, las artes, las humanidades, las matemáticas…, todo eso en lo que los escolares de España andan más bien flojos. ¡A ver cuando los examinadores de PISA se deciden a preguntar sobre los preceptos del Catecismo, hombre! Seguro que los alumnos concertados de todas las Españas obtendrían la nota mundial más alta.