Hace dos años, con Ouroboros, Carlos Rivero y Alonso Valbuena dejaron marca en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. Cineastas locales, jóvenes procedentes del mundo universitario, se atrevieron a filmar en latín una inquietante historia medieval. Ahora en solitario, Rivero vuelve al certamen, concretamente a Resistencias, la sección dedicada al cine español más combativo, con El misterio de Aaron, en la que se acerca al universo íntimo de su sobrino de corta edad, que ha hecho de las procesiones de Semana Santa, a las que asiste y en las que participa, el objeto de sus juegos. La temática promete no dejar indiferentes a los espectadores de la capital hispalense, aunque no es lo que terminará llamando más su atención.

La forma se impone al contenido en la propuesta de Rivero, que filma larguísimos planos en los que persigue la mirada del niño, sin mostrar jamás el contraplano de lo que este ve: los pasos que contempla en la calle o en la televisión. Con un lenguaje radical, cerca del vídeo casero, la película está plenamente determinada por la presencia del protagonista, que llega a erigirse casi en director en el último plano, cuando manipula el dispositivo de grabación (“es un milagro, un regalo que la película tuvo a bien ofrecerme: es un niño de 3 años cogiendo la cámara, poniéndola en la mesa y enfocando y desenfocando a su antojo”, explica el director a propósito de ese plano). Ante el estreno mundial del film en la importante cita de Sevilla, teniendo en cuenta las muchas dudas que va a sembrar, hemos entrevistado al director sevillano.

El misterio de Aaron es una película de ejecución en apariencia sencilla: grabar a un niño obsesionado con la Semana Santa. Pero, ¿en qué momento decides comenzar a filmarle y con qué esperanza?

No soy un director de temas, nunca llego al qué, primero me interesa el cómo.  De modo que comienzo a mirar a Aaron, mi sobrino, como el que mira algo que no entiende pero que forma parte de él. Entonces me obsesiona esta mirada y comienzo a filmarla. No tengo más esperanza que el escrutinio de su rostro. Filmar a Aaron no es un medio, es un fin en sí mismo, como el trucaje de Méliès, como el juego de Buster Keaton con la máquina cinematográfica o el estertor corporal de Jerry Lewis.  Aaron se relaciona con su entorno como alguien que ve las cosas por primera vez, que descubre el objeto de su mirada. De alguna manera la película se embelesa y se contagia, asumiendo esa inocencia y estableciendo un doble juego entre quién mira y quién es mirado.

Entiendo que hay otro momento, ya con las grabaciones en tu poder, en que decides que tienes una película. ¿O llegas a esa conclusión antes?

Esa conclusión llega mientras filmo.  No busco ningún efecto y tengo mucho cuidado con imponer mi voz con demasiada fuerza. Para mí el cine es un organismo vivo, un ente que tiene sus propias verdades. Mi trabajo consiste en tocar determinadas teclas para que la película se exprese, se comunique y se relacione. Hacer cine es dejar que el cine hable, dejar que sea.  Que entre mi mediación, y la mirada transformadora y libre de un posible espectador, podamos entender algo más del funcionamiento del dispositivo cinematográfico. Eso sí, es arriesgado. A veces no encuentro nada. A veces no tengo película, no siempre sé tocar las teclas necesarias.

En Sevilla es habitual que los niños desde muy pequeños formen parte del mundo cofrade, ya que lo viven en casa, el colegio… ¿Realmente hay un misterio en esa fijación de Aaron con el tema?

No tengo claro que el misterio al que hace alusión el título del film se refiera al mundo cofrade o a su relación con él. Siento que es algo más profundo.  Yo he sido Aaron, yo he crecido en su mismo entorno, jugado a sus mismas reglas del juego. De alguna manera, mirar a Aaron también es mirarme a mí mismo. Me considero hijo de una generación en tierra de nadie, a medio camino entre el nacimiento de la globalización mediática y su absoluta integración en el comportamiento social. Para la gente de mi edad,  preguntarnos quiénes somos pronto dejará de ser importante, o, al menos, si lo seguimos haciendo, será por el placer de la pregunta, asumiendo el vacío tras la formulación de la misma.  Había mucho ahí sobre esa nueva fe que no se forma, que simplemente es. Decía Peckinpah que todos los niños son ángeles y diablos.  Es decir, todos somos cualquier cosa cuando nacemos, abiertos a lo que nuestro entorno decida convertirnos. 

Resultan chocantes los momentos en que el niño exige que dejes de filmarlo. Entiendo que en ese sentido has querido ser muy escrupuloso…

Aaron niega la cámara tres veces antes de interesarse por ella. Bueno, el cine es un juego.  Jugar con Aaron y con el cine es todo mi posicionamiento moral. Me siento tan pequeño como él. Mi interés al filmar no es diferente del niño que rompe un juguete para ver cómo funciona por dentro. Aaron se divierte mirando el mundo, yo me divierto negándolo con la cámara, provocando lo real para revelar lo cinematográfico. Sin juego no hay película. La película quiere jugar, quiere ser jugada.

¿En ningún momento se te pasó por la cabeza abandonar la objetividad de estas imágenes y hacer algo más demoledor sobre el mismo tema? Para mucha gente es difícil comprender que se introduzca a niños de tan corta edad en estas tradiciones, cuyo significado no entienden.

Una película nunca es objetiva. Siempre es mirar la mirada de alguien.  Mi única premisa antes de filmar era que nunca giraría la cámara hacia aquella realidad que a Aaron le fascina. No creo en el fuera de campo. Entiendo el cine como aquello que es dado a ver, como una realidad seleccionada que se transforma en un encuadre.  Decía Burch que aquello que no se filma, aquello que no existe en el interior de la propia imagen, no existe en ninguna otra parte, ni siquiera en la imaginación del espectador. Esto es crucial para entender mi trabajo. 

La película está divida en las tres partes de la procesión: Misterio, crucificado y palio. ¿Qué has querido expresar con esta división?

El sinsentido de una estructura. De alguna manera, estoy muy interesado en un tipo de cine que parte de una posible narración, de una estructura fija y unas reglas internas que acaban perdiéndose por el camino y negando la génesis de su sentido. Como si permanentemente el film nos dijera: no sé lo que soy, me construyo de elementos antagónicos. Ayúdame a descubrirlo.

Llama la atención la secuencia en que visten a Aaron de nazareno, a la que has añadido músico original que parece traída de otra película. ¿Buscabas algún efecto a través del contrapunto de sonoro?

Es una melodía compuesta por Jonay Armas, músico español y crítico de cine. No buscaba, conscientemente el contrapunto sonoro, aunque al final se produjera igualmente.  Quizás es el momento más impuro de todo el film. Un momento que nos recuerda que no debemos inmiscuirnos demasiado en aquello que vemos, pues no es más que una película. Aaron no es Aaron, el Aaron real no tiene una cámara pegada a sus ojos condicionando su existencia. El Aaron que vemos pertenece al cine. Es un personaje estrictamente cinematográfico.

Tu carrera sigue muy ligada al SEFF y a la sección Resistencias, después de ‘Ouroboros’. ¿Te sientes cómodo en este espacio o preparas algún proyecto con el que puedas dar un salto importante dentro o fuera del festival?

Estoy muy feliz de haber tenido la suerte de nacer en una ciudad con un festival tan estimulante, donde hasta ahora he tenido la suerte de poder mostrar mi trabajo y compartir mi visión del cine.  No pienso en un salto importante. No pienso en nada más allá de hacer películas, de seguir aprehendiendo y pensando el cine.  Hay que pensar mucho más en cine, hay que llevar el cine a las aulas, a las instituciones. Los cineastas tenemos que hacer pedagogía.  Yo quiero ser un cineasta de masas, en el sentido que lo eran Fellini o Hitchcock. Simplemente, tenemos que volver a reformularnos qué significa pensar en el espectador, hacer películas para la gente. Yo creo en un cine libre que haga libre a los demás. Pero, desgraciadamente, parece ser que a buena parte de la industria esto de la libertad les suena a cuento de segunda mano. Mis películas seguirán preguntándose qué es el cine y seguirán dialogando con un espectador masivo, aunque no las vea nadie.