Exactamente desde el 12 de mayo del año 2010. Esa es la fecha. El Partido Socialista lleva seis años y cinco meses preguntándose qué es lo menos malo. Desde entonces, su pregunta ante cualquier coyuntura grave nunca ha sido qué hacer para ganar, ni siquiera qué hacer para no perder, sino más bien qué hacer para perder menos, para elegir el mal menor.

Cuando en la primavera de 2010 Zapatero decide aplicar los durísimos recortes impuestos por Bruselas, Berlín y Washington, el PSOE se encontró ante su primera gran encrucijada. Tenía por delante dos caminos y se preguntaba cuál de ellos era menos malo: o bien disolver el Parlamento y adelantar elecciones (lo que significaba conservar la dignidad y el crédito político pero perder el poder a manos del Partido Popular) o bien apurar la legislatura en la confianza de los ciudadanos perdonarían al PSOE si resurgían de nuevo los brotes verdes de la recuperación económica. Al final optó por segundo y resultado fue doblemente malo: el PSOE perdió las elecciones y además quedó desacreditado por muchos años.

Cuando se acercaron las elecciones, que se celebrarían en noviembre de 2011, el partido volvió a preguntarse qué era lo menos malo: que repitiera Zapatero o buscar a otro candidato. La respuesta fue evidente muy pronto: con Zapatero de candidato el PSOE iba directo al abismo. Así pues, se buscó entonces el mal menor: Alfredo Pérez Rubalcaba.

¿Chacón o Rubalcaba?

Unos meses después, en febrero de 2012, hubo congreso federal del PSOE y ante los dos candidatos a la Secretaría General, Rubalcaba y Carme Chacón, el partido se preguntó de nuevo qué era lo menos malo, pero esta vez escogió lo peor: puso al frente de Ferraz al hombre que había encabezado el peor resultado de la historia del partido. El PSOE afrontaba el futuro acogiéndose al pasado. Un pasado brillante, pero pasado.

Dos años después Rubalcaba dimitiría por los malos resultados de las europeas, los socialistas convocaron primarias para elegir secretario general y de nuevo se enfrentaron al dilema de qué era lo menos malo. Aunque hubo tres candidatos, los dos que tenían verdaderas opciones eran Pedro Sánchez y Eduardo Madina. Sobre el papel, la opción menos mala era la del apreciado pero vacilante Madina, que en unas primarias sin interferencias orgánicas habría sido sin duda el vencedor, pero Susana Díaz y otros dirigentes territoriales se confabularon para convertir en secretario (general) al sugerente pero glacial Pedro Sánchez, que a su vez se apresuró –muy humanamente– a creer que aquellas primarias las había ganado él por sus propios méritos. De nuevo y a la vista de lo sucedido desde aquella elección, los socialistas habían vuelto a equivocarse eligiendo lo peor.

Perdidas estrepitosamente las elecciones de diciembre de 2015 y luego las de junio de 2016, ante cuyos resultados Sánchez no se dio por aludido, el PSOE se enfrentaba de nuevo al dilema de decidir no qué era mejor sino qué era lo menos malo: si decir ‘no’ a la investidura de Mariano Rajoy (arriesgándose a unas terceras elecciones que podían ser fatales) o si optar por la abstención (arriesgándose a perder la posición hegemónica en la izquierda, lo que también podía ser fatal). Optaron, y otra vez volvieron a equivocarse, por el ‘no es no’, por un ‘no’ ciego, rocoso y mineral, un ‘no que era en toda regla un callejón sin salida porque no tenía vía alguna de escape.

La última encrucijada

La rectificación llegará este domingo en el Comité Federal del partido, pero, ay, la raída bandera de la abstención se alzará victoriosa sobre un territorio devastado por los estragos de la batalla. De nuevo, el precio a pagar será alto, quizá demasiado alto, como lo fue no disolver las Cámaras en mayo de 2010, como lo fue elegir a Rubalcaba primero como candidato y luego como secretario general, como lo fue votar/designar a Pedro Sánchez como líder.

Lo significativo, pues, de los últimos seis años de la historia del Partido Socialista es que, obligado a escoger entre el mal menor y el mal mayor, parece que siempre optó por el segundo. Veremos qué hace en el futuro. Su margen para seguir equivocándose se ha reducido drásticamente. Ya no le quedan pies sobre los que seguir disparándose. Ante la siguiente encrucijada, que es antes que nada elegir nuevo líder, no puede equivocarse: si lo hace, ya no habrá más encrucijadas, ni más dilemas, ni más males menores o mayores. Lo que habrá es Nada.