Las primeras imágenes de Historia de una pasión sitúan al personaje central de la película, la poeta Emily Dickinson, interpretada en su juventud por Emma Bell y, después, por Cynthia Nixon. En ellas, la poeta deja claras sus dudas sobre su posición ante la religión, quedando en medio de dos grupos. Una situación que anticipa, junto a otras cuestiones, una vida de confrontación con el mundo que irá produciendo un progresivo alejamiento y enclaustramiento de Dickinson, en parte en busca de una pureza interior, o perfección, cuyo imposible conduce a la desesperación interior.

Davies, de quien en escasos meses hemos podido ver Sunset Song, ha realizado en Historia de una pasión una película compleja en muchos sentidos, pero, a su vez, de una claridad expositiva, también en todos ellos, brillante por momentos. Una obra que puede parecer fuera de época y que, sin embargo, busca un trabajo visual y narrativo que contraviene no solo los modos más convencionales del biopic –no es una película que aspire a serlo, por otro lado- sino que a su vez experimenta con la forma en busca de un sentido sensorial –imagen y sonido, no solo música- que marca el desarrollo del relato y que nos resulta, en realidad, francamente moderna. Y resulta curioso dado que se trata de una película en la que la palabra tiene una importancia enorme: son varios los poemas de Dickinson que se leen en la película, casi siempre para contextualizarlos en el momento en el que fueron escritos o bien para mostrar en qué circunstancias surgieron, qué fue aquello que los inspiraron –como por ejemplo, en el excelente montaje sobre imágenes de la Guerra Civil-. Palabra que también surge en unos diálogos que pasan de un comienzo desconcertante, cuando las interpretaciones y las conversaciones en ocasiones producen extrañeza, a una dureza dialéctica que poco a poco van mostrando que no hay verdades absolutas.

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Historia de una pasión es una película que, a pesar de esos continuos diálogos y de la presencia constante de la palabra, se erige como un trabajo visual de gran potencia que no solo no anula la fuerza de lo verbal, sino que aumenta su significado mediante un trabajo visual de factura impecable. Davies plantea una puesta en escena rigurosa en su construcción pero de una libertad expresiva y creativa con la que logra algunos de los mejores momentos del año, como esa secuencia de unas fotografías que marcan el paso del tiempo creando una elipsis inolvidable; o ese travelling circular que muestra a toda la  familia, la describe, y, finalmente, nos señala a la madre de Dickinson como el comienzo de muchos de los problemas que plantea la película; o la ensoñación de la poeta de un amante que nunca irá a verla; o el final de la película, un cierre emotivo y de gran belleza visual. Momentos que, junto a otros, logran que las pequeñas caídas de ritmo de la película apenas se hagan pesadas, emocionando mediante lo artístico, a través de una imagen que aunque pueda recordar a ciertos pintores coetáneos norteamericanos, es esencialmente cinematográfica. Davies logra varios niveles de acercamiento a la película, pero ante todo se presenta como un director que explora el medio cinematográfico en busca de una expresividad visual que roza en ciertos momentos la abstracción para lograr una emotividad surgida de la imagen.

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Y a través de esa imagen, relata la vida de la poeta de una forma totalmente imparcial, mostrando sus claroscuros, enfrentando a Dickinson a su pérdida de inocencia ante la vida cuando ésta se endurece, recluyéndose en su interior (tanto en lo físico, pues no sale de casa, como en el personal, sin apenas contacto con los demás), en su arte, pero, a su vez, creando una distancia con respecto a los demás en ocasiones llena de crueldad en sus palabras y en sus actos. Davies crea un personaje que más que ambiguo es enormemente humano en sus contradicciones, aunque se niegue a serlo. En un momento dado su hermana se lo pide, que les permita ser humanos, lo cual implica aceptar también todas sus imperfecciones. Dickinson, víctima de una educación religiosa que la sumió en una duda perpetua, se presenta como una mujer incapaz de encontrar la paz, casi ansiando una muerte que, finalmente, llegó en forma de enfermedad. Y Davies ha captado todo el proceso, haciendo, además, hincapié en el resto de los personajes, quienes no son mera comparsa de la poeta: se debe atender a ellos para comprender mejor el desarrollo emocional de una escritora que buscó en la palabra una salida y apenas la encontró, sobre todo las figuras de la madre y de la hermana, fundamentales, por su condición de mujer y por el lugar que ocupan en la historia y, por extensión, en la vida. Pero, ante todo, Davies nos regala una película sobre la condición humana en toda su complejidad mediante un trabajo de gran inteligencia, sobre todo porque lo ha hecho con una libertad expresiva y creativa que ha propiciado, como decíamos, algunas de las imágenes de mayor belleza del año.