La experiencia me hace desconfiar de las casualidades. Me fío mucho más de las causalidades. Los dos únicos dirigentes elegidos a nivel nacional en el PSOE mediante unas elecciones primarias abiertas a la participación de todos los militantes han sido, en 1998 Josep Borrell como candidato a la Presidencia del Gobierno, y en 2014 Pedro Sánchez como secretario general del partido. Ambos se han visto forzados a dimitir. Habrá quien diga que es una simple casualidad, pero si observamos ambos casos existen puntos en común que me ratifican una vez más en mi confianza en las causalidades. 

Elegido el 24 de abril de 1998 como sucesor de Felipe González como candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno con el apoyo del 55% de la militancia, frente al entonces secretario general Joaquín Almunia, Josep Borrell fue obligado a dimitir apenas tres semanas después, el 14 de mayo. ¿Causas de su dimisión? La más que evidente falta de apoyo de la dirección del partido, con el añadido del escándalo hábilmente urdido desde importantes poderes mediáticos y políticos porque dos de sus antiguos colaboradores en su etapa como secretario de Estado de Hacienda habían cometido un fraude fiscal. Como resultado de todo ello, el candidato del PSOE en las elecciones legislativas del año 2000 fue Joaquín Almunia, secretario general del partido aun tras su fracaso en las elecciones primarias, y el PP obtuvo su primera mayoría absoluta con José María Aznar al frente.

Algo muy parecido le ha sucedido a Pedro Sánchez ahora. Se trata del único secretario general del PSOE elegido como tal en unas elecciones primarias abiertas a la participación de toda la militancia, celebradas el 13 de julio de 2014. Obtuvo el 49% de los votos frente a otros dos candidatos, Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias, y por tanto sucedió a Alfredo Pérez Rubalcaba como líder del PSOE.

El mandato de Pedro Sánchez ha coincidido con la irrupción de los nuevos partidos emergentes, con una crisis económica y social de una gravedad sin precedentes y con la gravísima crisis institucional abierta por el desafío del independentismo catalán. Con él al frente del PSOE este partido ha cosechado sucesivos fracasos electorales, como de hecho ya venía ocurriendo desde años atrás. Entre otras razones, porque el Gobierno socialista presidido por José Luis Rodríguez Zapatero no pudo, no supo o no quiso enfrentarse con rigor y valentía al inicio de la crisis económica, y encima se empeñó en negarla. Responsabilizar a Pedro Sánchez en exclusiva de estos sucesivos fracasos electorales del PSOE es un disparate o algo mucho peor, una canallada. Porque en su haber hay también la recuperación para los socialistas de importantes gobiernos autonómicos y municipales, casi siempre en coalición con otras formaciones políticas de izquierdas o de centro.

Las causas de la dimisión de Pedro Sánchez son conocidas. El proceso de acoso y derribo al que ha sido sometido por tierra, mar y aire, tanto desde dentro como desde fuera del PSOE y con intensidad muy especial por parte de los más poderosos medios de comunicación privados, sentó las bases necesarias para el “asesinato en el Comité Federal” ejecutado el pasado sábado en la sede central del PSOE de la madrileña calle de Ferraz.

No se trata de casualidades. Son causalidades.

¿Se atreverá la actual dirección del PSOE a vetar la celebración de unas nuevas elecciones primarias para la elección de su nuevo secretario general mediante el voto libre de sus militantes? Si fuese así, tal vez serían muchos, muchísimos, los militantes socialistas que dejarían de serlo. Y si hubiese nuevas primarias, ¿alguien duda que su más probable ganador sería Pedro Sánchez?