Todo lo ocurrido desde este miércoles en Ferraz tiene todos los tempos de un golpe de Estado, sin que ello signifique que lo fundamental, a quién pertenece la legitimidad del mando, esté resuelto. Por definición, un coup d'État contraviene la legitimidad establecida y de ahí que haya sido, por beneficio propio, la definición utilizada por los fieles a Pedro Sánchez.

Pero también, a veces, ese status no tiene legitimidad ética. Y, cuando hablamos del PSOE, ninguna de estas legitimidades es cristalina, a la vista de que los estatutos fueron redactados por la misma mente perversa que elaboró el reglamento del Risk.

Como un golpe de Estado están funcionando las herramientas para ver quién se queda con los restos del naufragio. Las cuentas oficiales del PSOE en Twitter, Facebook y Youtube, un triunvirato casi equivalente a la radiotelevisión pública, siguen en manos de los sanchistas, al igual que el castillo, que es Ferraz, y que les da la pátina de oficialistas. Por su parte, los críticos tienen como más potente arma a la artillería mediática de PRISA, con El País a la vanguardia. Aunque cabe preguntarse si suma o resta, a la vista de que el otrora faro del progresismo hace tiempo que sólo orienta hacia los fulgores naranjas del IBEX 35.

Lo que sí les beneficia, ante la ambigüedad estatutaria, es el peso de los antecedentes. Para empezar, la estrategia seguida es calcada a la realizada por el PSOE en Castilla y León con la tutela de Óscar López, hoy alineado con los sanchistas. Y, para continuar, el pasado de killer de Pedro Sánchez, que ahora vuelve como un boomerang para ponerle contra las cuerdas. No deja ser irónico que quien haya presentado las 17 firmas haya sido Eva Matarín, mujer de confianza de Tomás Gómez. Y que entre las rúbricas estuviera la del exlíder del PSM, a quien Sánchez defenestró con la excusa de sus malos resultados electorales y pese a que había sido elegido en primarias por los militantes. El mismo argumento que utilizan ahora los sanchistas para relatar la legitimidad de Pedro Sánchez.

A no ser que el desaguisado se resuelva en los tribunales, como algunos vislumbran ya, el vencedor no saldrá de los estatutos, sino de la batalla de los relatos. De momento, en este campo, llevan las de ganar los sanchistas. Ellos han sabido identificarse con el cortafuego a un nuevo gobierno del Partido Popular, lo que les da la simpatía de los militantes, o esa sensación se transmite en redes y encuestas.

La identificación con la izquierda será fundamental para convencer a las bases y para el futuro de lo que quede del PSOE. Esa etiqueta que ahora llevan los sanchistas se contradice con la posición de Pedro Sánchez hace cinco años, cuando se reformó el artículo 135 de la Constitución, y, más aún, con las carantoñas con Ciudadanos hasta hace seis meses.

Pero nadie presta atención a las precuelas cuando el taquillazo se está estrenando en todas las salas del barrio.