Desde el año 2003, cuando Tim Burton estrena una de sus mejores películas, Big Fish, su filmografía no solo ha mostrado un interés más que intermitente, o a veces carente de él, sino que nos has mostrado a un cineasta obsesionado por volver a recuperar esa condición de autor que adquirió a finales de los ochenta y a lo largo de los noventa. Por supuesto, su introducción dentro de la industria de una manera más enfatizada, aunque casi siempre estuvo en ella, también han operado en su contra; pero la sensación que desprenden sus obras durante la última década, apuntan más a lo anterior. Y quizá la culpa no sea solo de Burton, aunque principalmente. Es posible que aquellas constantes visuales y argumentales que le concedieron el beneplácito de autor fuesen más débiles de lo que sugerían en su momento, agotándose enseguida. El intento de perpetuar esa condición de Burton de autor, llevó a que películas como Charlie y la fábrica de chocolate o la mediocre Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet, tuvieran una recepción muy por encima de su calidad. Se necesitaba que Burton regresase, sin pensar que quizá su mirada hacia el mundo, su personalidad visual, tenía muchas limitaciones y que, después, en vez de dedicarse a intentar realizar películas, ha buscado vehículos de recuperación de ese estatus.

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El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, adaptación de la novela de Ransom Riggs, se encuentra entre lo mejor que ha realizado en mucho tiempo, a pesar de las más que evidentes concesiones comerciales en el tramo final, con algunas secuencias bochornosas que por fortuna no anulan el interés global y que, a su vez, nos dicen mucho sobre el control total que un cineasta como Burton debe tener sobre el resultado final de su película. Instantes que rompen, hasta ese momento, una película que se mueve entre dos realidades que coexisten, aunque sea en dos líneas temporales, y que tiene al joven Jack como nexo de unión, quien tras ver morir a su abuelo en extrañas circunstancias viajará junto a su padre a una isla de Gales para averiguar si las historias que su abuelo le contaba de niño, así como sus últimas palabras, eran reales o no. La inadaptación del joven Jack, así como el grupo de niños peculiares que encontrará en la casa, se adecuan a la perfección a lo que suele esperarse de Burton, pero lo interesante no es tanto esto como el uso que el cineasta hace de ello; a partir del guión de Jane Goldman y de la novela de Riggs, no solo habla de la rareza como normalidad, de ahí ese bucle temporal en el que los niños pueden vivir a salvo de todo, sino sobre todo nos habla sobre la fantasía y lo maravilloso, sobre una realidad imaginada existente bajo lo que denominamos realidad. O, mejor dicho, sobre la necesidad de la ficción, de la imaginación.

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Las imágenes de Burton, que quizá no llegan a sacar partido del todo a la idea, nos presentan al comienzo las calles y los espacios de Florida con su particular mirada a los suburbios, a unas vidas anodinas, más extrañas que lo peculiar. La rapidez de la exposicón ocasiona que la idea quede expuesta con bastante tosquedad, pero con máxima eficiencia. Al igual que la figura de la psiquiatra, luego recurso final interesante, a la que llevan al Jack para limpiarle la mente de fantasías. Esa dialéctica entre razón y fantasía se manifiesta en El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares sobre todo en el tramo intermedio desarrollado en la casa, cuando Burton se siente más cómodo y surgen los mejores momentos de la película –la visita al barco hundido junto a Emma; cuando se reinicia el día-, es decir, cuando la fantasía total toma el mando desde una posición más de celebración que de la exageración, como en la lucha en los muelles entre los monstruos y los esqueletos, instante de delirio absoluto. No se trata tanto del uso de los efectos digitales sino del cómo se usan en cada momento. En uno para crear una fantasía en la que los personajes y sus acciones cobran fuerza. En la otra, para el espectáculo más rudimentario y chabacano.

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Burton cree en la fantasía, en la ficción, de ahí su más que evidente simpatía con el personaje de Jack. Es posible que haya quien demande más oscuridad al relato, ‘más Burton’, y sin embargo, en sus mejores momentos, El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, recupera lo mejor del cineasta no tanto en el plano de identificación visual con sus anteriores películas como en esa idea de dar forma a mundos maravillosos regidos por sus propias reglas, en los que lo peculiar, lo raro, lo extraño, se manifiesta con total naturalidad, creando una realidad alternativa pero con tanto sentido como aquella que conocemos. Porque El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares nos viene hablar no tanto sobre la necesidad no desconectar del todo con nuestra realidad, de vivir ficciones sin conexión con esta, como de buscar ese lugar en el mundo al que se pertenece.