El diputado en cortes Francesc Homs, que acude a declarar ante la Audiencia Nacional con estelada en el ojal, tiene líos, sí, pero son políticos. Desde las tinieblas del grisáceo Grupo Mixto al que ha sido relegada la extinta Convergencia por las urnas (¡quién la ha visto y quién la ve!), ora ejerce en Madrid cual Penélope del proceso independentista catalán. Ora teje el tapiz de independentista furibundo, ora lo desteje siendo un pactista con el estado, léase Mesa del Congreso con el PP.

Los finos analistas del cansino panorama político catalán dicen que acaso se trate del sistema denominado como “la puta y la Ramoneta”. Quien suscribe, sin embargo, opina que los virajes del antaño todopoderoso Conseller de Artur Mas no obedecen a otra cosa que a ir mareando la perdiz, carente ya Convergencia de horizonte político y con el flamante Partit dels Demócrates en naufragio antes de zarpar.

Nada debería sorprender, pues, a aquellos que creyeron que lo de la independencia iba en serio, pecaron de ingenuos. A la derecha del PP le fue de perlas para agitar el espantajo de la unidad de España, y a la derecha convergente, que no otra cosa son más que derecha local, también le vino de molde para disimular su falta de gobierno, sus brutales recortes en sanidad, educación y servicios sociales y la tremenda corrupción que les ha caracterizado a lo largo de su historia.

Llegados a éstas alturas, Carles Puigdemont y sus mariachis son prisioneros de sus propias mentiras. Prometieron independencia en dieciocho meses en una hoja de ruta. Presionados por las CUP y por su socio Esquerra, y desesperados por seguir en el machito, firmaron, juraron y requeté juraron que la cosa iba en serio, tras cinco años de repetir lo mismo. Pero, a menos de un año de cumplirse el plazo que ellos mismos se dieron, ni hay estructuras de estado ni desconexión con España ni nada que no sea el tener que acudir cada mes al gobierno central para pedirle dinero con el que pagar nóminas.

El lío no es tal, es solamente humo, decorado, bambalina, como todo en éste proceso de opereta calcado al “Bienvenido Mr. Marshall” del gran Berlanga. Puro attrezzo, decorado de cartón piedra, masas orquestadas y, eso sí, el deseo de seguir como siempre. Tiene Puigdemont éste miércoles que afrontar una cuestión de confianza en el Parlament catalán. Salvo error u omisión, la superará con los votos de las CUP, que también van más perdidos que un pulpo en un garaje. Entre copas menstruales, hijos de la comuna, reconvertir a manteros en pescadores o la última, pelearse entre ellos por si quitan o no la estatua a Colón, aduciendo unos que era un genocida español y otros que era un héroe catalán, ya tienen lo suyo.

Mientras tanto, Oriol Junqueras y Esquerra disfrutan de los placeres de quien toca moqueta y despacho oficial y esperan… ¿qué esperan?

Sin tetas no hay independencia

Esquerra espera lo imposible, que no es otra cosa que ocupar el lugar que detentaba Convergencia. Tienen las mismas ganas de declarar una república catalana que sus compadres convergentes. Eso sí, saben posturear infinitamente mejor y aferrarse a la ubre del poder como nadie. Con el Tripartito antes, con Convergencia o como se llame, ahora, y mañana con quien haga falta. La teta es la teta y hay dirigentes, muchísimos, de ése partido que no han conocido otro trabajo que el de cargo público. Pero Esquerra, que ha crecido a expensas del esqueleto convergente, no puede ser el sustituto de una formación conservadora y liberal, y lo saben. El elector convergente de toda la vida es el botiguer catalán, el empresario, el pagés con posibles, la cosa mesocrática de toda la vida, vamos, que con ver a Jordi Pujol y una señera a su lado, odiar al socialismo - ¡y como lo han odiado! - y que ganase el Barça ya tenía suficiente.

Ese elector, lo que en Madrid adjetivan como la gente del seny, como si ser de izquierdas y catalán fuese similar a tener tres cabezas, se siente horrorizado ante la voladura de todo en lo que creía. Ni Pujol era ése político sin fisuras, ni Convergencia el partido eterno ni Cataluña un oasis. Esta gente, que al fin y al cabo pueden ser independentistas de buena fe, se ha visto sometida a no sé cuántas Diadas históricas, ha comprado camisetas, esteladas, merchandising de todo tipo, ha ido a manifestaciones que tenían que ser definitivas, se ha tragado la bola de que “el mundo nos mira” y, con harta paciencia, incluso han seguido votando, aunque cada vez menos, a los de siempre, a los convergentes.

No es de extrañar que les caiga lejos si hay referéndum o no, si se convocarán elecciones catalanas o que escuchen a Homs, el Gladstone de Taradell, que vive en un sin vivir, a ver si en una de éstas Pedro Sánchez se zafa del colosal lío que tiene en su casa y lo llama para que le vote. Reprochaban a Duran Lleida que actuase en el parlamento nacional como representante de determinados intereses económicos catalanes. Y uno se pregunta, ¿es que Homs no hace lo mismo, es que no está ahí para el “qué hay de lo mío” en clave de pura supervivencia convergente?

Es el día de la marmota, francamente. Y mientras tanto, la casa por barrer.