El juego del Final del Bipartidismo, gran éxito de ventas en los últimos años, está dando paso al juego del Unipartidismo Real. La eclosión de los emergentes – C’s i Podemos – conquistó terreno tradicional de PP i PSOE respectivamente. Pero hoy la derecha autoritaria ya no tiene el frágil tapón de Ciudadanos, a quien se zampará hasta el último hueso. El triste pacto sobre la corrupción entre Rajoy y Rivera, en el que el gallego trató como un trapo sucio al catalán, fue la declaración de guerra. Las elecciones gallegas y vascas ha sido la primera estocada y seguirán otras hasta el descabello final.
Aunque ya solo sea por el retrovisor, alguien comprenderá ahora el alcance del anterior acuerdo entre el líder de C’s y Pedro Sánchez. Si no hubiera prevalecido la miopía política en los escaños de la  vieja nueva izquierda y algunos de sus taifas no se hubieran encandilado con Juego de Tronos, el PP estaría hoy encajando golpes en el rincón del ring. Ahora, sin embargo, florece.
Mientras la derecha recupera los volúmenes de voto anteriores a la vieja nueva política, la izquierda se atomiza aún más. Podemos pacta con quien se le ponga delante para conseguir su objetivo: sobrepasar al PSOE aunque solo sea por un puñado de votos y no en escaños como ocurrió en Galicia. Todo tiene su lógica interna: Pablo Iglesias está convencido de que contra el Gobierno del PP vivirán mejor puesto que dispondrán de cuatro  años sin compromiso de responsabilidad para desenvolverse mejor en su hábitat natural: la guerrilla en las redes sociales, las ocurrencias en los debates, la bronca, la calle i el desprestigio del PSOE.

Gestionan una versión aún más perversa de la máxima lampedusiana: haremos todo lo posible para que otros no protagonicen el cambio, aún al precio de que todo siga igual.