The Orange House, o la Casa Naranja, es un proyecto de integración cultural de largo plazo, que trabaja con fondos de la UE. Nacida de la mano de Marina Liaki y la ONG Za’atar su misión es dar acogida y apoyo a personas especialmente vulnerables por su edad (menores no acompañados), por sus creencias (minorías religiosas), su orientación sexual o por su forma de vestir (mujeres que desean elegir con libertad las prendas que usan o las partes de su cuerpo que tapan o muestran…)

Los casos, son referidos desde los campos de refugiados por parte de ACNUR o de las organizaciones que trabajan en ellos. En muchas ocasiones, estas personas han tenido que huir de sus países precisamente por ese motivo, y encontrarse recluidas en un campo puede ser una situación de alto riesgo para ellas.

El centro tiene capacidad para 20 personas, aunque también funciona como centro de día, para actividades y reuniones. “Por ejemplo, un grupo de personas del colectivo LGTB suele venir aquí a pasar unas horas. Aquí pueden reunirse en confianza, charlar, mostrarse como son sin miedo a ser agredidos. Cuando vuelven al campo, deben ocultar su condición.” Quién lo explica es Antoine More, jefe de projecto en la Casa Naranja. “También ofrecemos clases y talleres que les ayudan a prepararse mientras se tramita su asilo y esperan a que les concedan la reubicación o la reunificación familiar en algún país europeo.”

Esta es la historia de Reza. Iraní, 16 años, rapero y aficionado a la fotografía.

Reza huyó de una guerra familiar que le atormentaba y que le había alejado de la escuela, a la que adoraba ir, durante más de un año.

“Casi sin pensarlo, de un día para otro, decidí acompañar a un amigo que me propuso el sueño de llegar a Alemania.” Primera parada en Estambul, donde es fácil localizar a las mafias que trafican con personas. De ahí a una isla turca, “de cuyo nombre no quiero acordarme” – y a Lesbos. “Para este trayecto utilicé todo el dinero que mi madre lograba esconder de mi padre para mantener a la familia. De lo contrario, acababa invertido en la droga a la que es adicto”.

Pintada en el barrio Exarchia, junto a Orange House. 

Durante unos 8 meses ha ido pasando por varios campos, primero Idomeni, luego a uno de menores, y finalmente otro destinado a la minoría kurda. En ese tiempo, ha intentado pasar hasta cinco veces la frontera con Macedonia. “Pero no ha sido posible, siempre me han echado para atrás.”  Así que finalmente, se decidió a vivir por su cuenta en Atenas y seguir intentándolo con los grupos de smugglers, que es como denominan a los traficantes de personas. Inspirada por la decisión de Reza, su madre decidió finalmente alejarse de un matrimonio que, por ley, no puede romper, sin el consentimiento del marido. “Mi madre vendió todas sus joyas para poder alquilar una habitación. Durante dos meses estuvimos viviendo de lo que podíamos obtener de las iglesias y centros que ofrecen ayuda. Hasta que se acabó todo.” Entonces fue cuando recurrió a Marina Liaki, a la que había conocido en el campo de menores. La organización estudió su caso, y fue admitido en la Orange House.

El joven rapero Reza durante la entrevista (Foto: Beatriz Romanos).

Recalar en la Casa Naranja ha supuesto un pequeño respiro para Reza. Se transluce en su cara cuando le preguntas cómo se encuentra ahora. “Mucho mejor –feliz, buscar  palabra- . Hay muchos voluntarios que vienen a enseñarnos cosas, inglés, alemán, español. Y he hecho muchos amigos. Además, están intentando inscribirme en una escuela regular griega. Y lo estoy deseando, me encanta ir al colegio.”

Sin embargo, esto tendrá que esperar un tiempo, hasta que la organización consiga formalizar sus papeles de asilo. Entre tanto, divide su tiempo entre las clases de idiomas y sus dos aficiones, el rap y la fotografía.

“Escribo canciones que cuentan mi experiencia pasando por otros países, conviviendo con personas de otros lugares. Cómo me miran, y cómo me siento cuando lo hacen”.

Y no suena nada mal. No conoce a Shaolin Fantastic, a Ezekiel ni a Dizzee. Los protas de la serie rapera que ahora triunfa en occidente, aunque su peinado desbocado quizá recuerda esa rebeldía del Bronx de los 80.

Su discurso navega entre la adolescencia propia de su edad y la madurez que otorga la experiencia de los últimos meses. “Ahora no sé que hacer, estoy perdido. … No sé qué me depara el futuro. Solo quiero ser buna persona, pero no sé cómo hacerlo.”

Quizá el camino comience por conseguir esa plaza que tanto desea en una escuela regular griega y seguir expresando sus emociones a través de la canción y la fotografía. Quizá así llegue a cumplir su sueño “tener un trabajo, comprar una casa para mi madre y para mí, y traer a mi hermana de Irán”.

Al despedirnos, resulta ser Reza el que se ha quedado con una pregunta. “No me has preguntado cuál es mi religión.” Y parece que ha tenido oportunidad de darle muchas vueltas al asunto.  ”Cuando salí de Irán, estaba decepcionado con el Islam, porque me parecía todo una mentira. Al llegar a Grecia quise estudiar a estudiar la biblia. Pero después de un tiempo me pareció lo mismo. Así que ahora solo creo en el ser humano. Hay quienes diferencian si estás en mi barco o en otro barco. Pero creo que estamos todos en el mismo barco. En el de los humanos”.