Al otro lado de la mesa, como siempre con veinte minutos de retraso, se sienta una especie de pijo con pinta de Lenon o una especie de Lenon con pinta de pijo, más que nada por el abuso factual de las gafas.

Es miércoles 14 de septiembre en un sitio del centro de la capital de Andalucía. Mi altotocargo y él son supervivientes (por el momento) del alayismo y se encuentran en ese punto de la vida en el que el futuro se va quedando atrás y el presente se vive con moderado afán, conforme vayan dictando los gatillazos de la vida.

El altocargo al que llamamos Lenon, que lo fue con amplitud de miras y dominios y años, hace con mi altocargo maridaje de nostalgias y afectos amén de compartir un diagnóstico inquietante de esta babelia populista que ha gangrenado la política.

Entrambos no hay concesiones: un repaso rápido y rasposo al susanismo, un entrecejo al sanchismo, como si las cosas se hicieran siempre a peor y a propósito.

El altocargo al que llamamos Lenon, traje gris con pañuelo (si) anaranjado tirando a butano, viene agotado de Madrid, concretamente de un par de sitios del barrio de Salamanca, calle Serrano, donde el dinero, como siempre en las derechas, corre a la espera de las deseadas terceras elecciones.

Allí, dice, me he sentado en mesas donde sólo había imputados felices que seguían sin menor reparo en sus manejos públicos/privados. Traigo el estómago revuelto y la cabeza asqueada.

Les salen las dos cuentas: la de los robos y la de los votos. La izquierda se castiga con la abstención, la derecha vota con el estómago, nada que no sepamos y sin embargo irremediable.

¿Y por aquí, pregunta como si él hubiera estado cinco meses de Erasmus, qué sabes de los Chaves, de los Griñanes, de los Zarrias? Lo único que sé, le dice mi altocargo mirando al trasluz su copa de vino tinto andaluz, es que su suerte está fatalmente ligada a los escándalos del Partido Popular.

Cuantos más amigos de Rajoy aparezcan en los pudrideros y en las diligencias policiales más larga y penosa será la penitencia de los Chaves, Griñán, Zarrías en los sótanos de la justicia.

Ellos son el contrapeso necesario para la simetría mediática que necesita el poder, el poder de verdad. Hoy han estallado definitivamente las costuras de la señora Barbará. Pues hoy seguro que Griñán, Chaves y Zarrías deben de estar un poco más preocupados que ayer.

La tarde se ha echado encima, la sobremesa es corta, a pesar de que mi altocargo y él son dos veteranos del trasnoche crepuscular. La despedida es breve. El altocargo al que llamamos Lenon dice que la próxima le toca a él, que será un día incierto de octubre, abrazo, nos vemos, ciao, ciao (dos veces) como se dice ahora en los círculos.

A mediodía del jueves 15 una guasa recocida en indignación viaja en el guasap:

-Coño tío, ¿has visto, lo de la Fiscalía?

-Mucho estaban tardando.

-Tiene todo el perfume y la diabólica oportunidad de los autos alayistas.

-Claramente lo de Barberá ha sido una putada para ellos.

Esa misma tarde/jueves mi altocargo y yo atravesamos la seca tierra andaluza y la radio no deja de arañar nombres queridos en los boletines horarios. Francino abre su programa citando a Lledó y se pone estupendo reclamando políticos decentes.

Francino es uno de esos moralistas que cumple a rajatabla con la regla de la simetría: condena a Griñán a la galería de políticos indecentes, inmediatamente después la descarga sobre Barberá. Hace tantos años de la voladura de la presunción de inocencia que las sentencias de ahora las dictan los radiopredicadores que se sienten y se ponen estupendos.

Mi altocargo apaga la radio, derrotado. Odio, amore, estos días ciegos. Ahora, cientos de miles de francinos y francinas se entregarán a la airada faena de ajusticiar a los corruptos del Partido Popular a costa de linchar a Griñán y a Chaves con la herramienta mágica de la simetría compensatoria.

Podían intentar acercarse a la verdad. Pero la verdad no cabe en dos minutos de radio y resulta demasiado compleja. Malditos cobardes, malditos ignorantes.