Desde su debut con La fuga en 2006, la obra de Pablo Larraín nos ha mostrado a un cineasta en permanente búsqueda, trabajando cada película de una manera diferente, rompiendo en muchos aspectos la posibilidad de trazar esa línea tan deseada de la marca autoral, porque el director chileno, ha buscado que formalmente cada una de sus películas se ajuste al tema o la historia antes que dejar un sello personal. No, quizá su película más completa hasta la fecha –nos falta por ver Jackie, recientemente presentada en el festival de Venecia-, supuso una ruptura importante con respecto a las anteriores, como El club, quizá la más sobrevalorada, lo fue con respecto a ella, y, a pesar de sus problemas, sus imágenes se ajustaban bien a la dureza de la narración. Con Neruda vuelve a alejarse en cuanto a estilo de El club, con una obra más depurada en todos los aspectos, muy ambiciosa, y aunque, al final, redundante en sus ideas, llena de interés en su planteamiento.

[[{"fid":"52101","view_mode":"ancho_total","fields":{},"type":"media","attributes":{"alt":"'Neruda', de Pablo Larraín","title":"'Neruda', de Pablo Larraín","class":"img-responsive media-element file-ancho-total"}}]]

No es Neruda un biopic del poeta chileno. Tampoco es el anti-biopic que se ha querido vender. Larraín no pretende realizar una biografía de Neruda, tampoco narrar un momento determinado de su vida. Es algo diferente. Se trata de un acercamiento –con cierto aliento desmitificador, aunque sea leve- a su figura a partir de su antagonista, un policía, interpretado por Gael García Bernal, a la sazón narrador de la película mediante una voz en off que aunque pueda resultar demasiado constante, tiene una fuerte razón de ser dentro de la idea general de la película: es su punto de vista, su mirada, hacia Neruda la que construye la historia. No la de Neruda. Es el lado oscuro el que da sentido a su perseguido, y así se establece un juego que comienza como un drama de época, deriva en el thriller político, al modo de un policíaco, y acaba dentro de los parámetros visuales del western. Y Larraín consigue hacerlo de manera natural, con una progresión narrativa extraordinaria que no oculta su condición de juego, a la par tan pretendidamente profundo como liviano. Neruda habla sobre el poeta y sobre el artista comprometido políticamente. Y lo hace a través de la mirada de quien debe arrestarlo. La narración del policía, agresiva y admirativa hacia la figura del poeta, va mutando según avanza en un intento por su parte de reconocerse en su contrario, hasta el descubrimiento, al final, en una conversación soberbia con la mujer de Neruda, de que, en realidad, no es más que un personaje creado en el mundo real por el poeta. Sin él, su identidad, se desvanece. No existe. Neruda, en cada lugar que se detiene en su escapada, deja una novela policiaca para su perseguidor, va creando, con ello, un relato clásico del género, que Larraín usa para ir despojando a la película de su aspecto biográfico e internando la narración en derroteros más de género, eso sí, a partir de una mirada muy particular.

Porque Neruda es una película sobre la construcción de la ficción y, de paso, de la realidad. Larraín opta por unas imágenes que se mueven entre la perfecta reconstrucción de época y la enfatización de que se trata de una reproducción. Pervierte esa supuesta veracidad que se pretende en las películas de época para mostrar su constructo, para evidenciar que, a pesar de partir de ciertos personajes y hechos reales, estamos ante una ficción. Ante una mirada personal que reconvierte la historia para, quizá, así poder hablar mejor de ella. Habrá quien tras ver Neruda correrá a constatar si aquello que ha visto en pantalla sucedió o no. Lo cual sería una lástima, porque lo verdaderamente interesante de la película de Larraín reside en pensar cómo desde el presente leemos el pasado, y qué mecanismos se pueden usar para llegar a ciertas ideas sin necesidad de ceñirse a los acontecimientos reales. Larraín, para ello, ha optado por un relato que avanza con cierta linealidad pero a base de fragmentos, buscando un tono y un ritmo sensorial ahogado quizá por esa voz en off a modo de contrapunto de las imágenes, si bien va más allá de la mera descripción o acompañamiento, creando en ocasiones un segundo plano discursivo. Aunque no siempre funciona, y, sobre todo, en todo el tramo final, la película no parece acabar nunca.

[[{"fid":"52102","view_mode":"ancho_total","fields":{},"type":"media","attributes":{"alt":"'Neruda', de Pablo Larraín","title":"'Neruda', de Pablo Larraín","class":"img-responsive media-element file-ancho-total"}}]]

Neruda se acerca al poeta y al político, a la figura pública y privada, muestra algunos de sus lados oscuros, proyecta una mirada hacia cierto izquierdismo de salón muy bien traído a nuestra actualidad, pero ante todo nos plantea que todos somos piezas de una ficción que va escribiéndose en cada paso, que nuestro lugar en el mundo, al final, lo establecemos nosotros. En tiempos en los que la ficción parece estar cuestionada, una película como Neruda celebra su existencia, su creación, frente a la mediocridad.