Las tuberías de Ferraz parecen haber estallado. Mensajes incendiarios que los -mal llamados- líderes van dando de manera estudiada, en su justo momento y con la mala leche necesaria para hacer reaccionar al contrario y perpetuar así una rueda del despiste que ya resulta inaguantable. 

Es un clamor la división del PSOE: lo que antes podía intuirse y muchos se negaban a aceptar es hoy una evidencia que resulta absurdo ocultar. Las fracturas internas en la organización han existido desde su fundación; lo lamentable de la situación actual es la falta absoluta de ideología y valores en la contienda. El único motivo para estar en un bando o en otro -o en el de más allá- es simple y llanamente el desesperado intento de mantenerse a flote como sea: colocarse uno mismo y colocar a los que le mantengan. No hay más.  

Es ahora el momento de ver en un mismo bando a quienes hace un par de años eran enemigos íntimos. Resulta casi imposible entender quién es quién ni dónde comienzan o acaban las "familias". Se han hecho perrerías de todos los tamaños, colores y sabores, pero ahora que hay un objetivo común (debilitar a Pedro), lo pasado, pasado está (hasta que sea necesario volverse a tirar los trastos a la cabeza). Habría que estudiar los procesos psicológicos que llevan a una persona a perpetrar las más oscuras tretas contra alguien para después tenderle la mano y llamarle "compañero". No debe ser sano moverse en semejante ambiente las veinticuatro horas del día. Sin duda, hay que tener una pasta especial para asumir el cinismo, la falta absoluta de ética y las decepciones como algo habitual. 

Así funcionan estas organizaciones en las que la selección de sus integrantes termina siendo lo más parecido a un darwinismo despiadado: quien sobrevive a las más bajas artes empleadas podrá hacerse con un hueco donde sea. Desde allí tendrá que asegurarse un equipo de fieles guerrilleros que estén dispuestos a hacer guardia para mantenerse vivos. Sumarán a los trepas de los otros equipos, esos que no tienen inconveniente en usar hoy los puñales contra ti y mañana para defenderte. En eso, más o menos y con alguna que otra honrosa excepción de algún ingenuo mártir, ha quedado el Partido Socialista.

​Por supuesto cualquiera que se atreva a denunciar la más mínima tropelía, a hacer un comentario crítico estará señalado y deberá prepararse para recibir furibundos ataques, el más desolador aislamiento hasta que se convierta a la "religión" del grupo dominante o se marche. 

Cuando aún no habían irrumpido las redes sociales en la política todo esto resultaba lento, muchas veces confuso, pero al mismo tiempo permitía tener una cierta capacidad de reacción. Las relaciones personales suavizaban en cierta medida muchas de las deslealtades cainitas que hoy se multiplican por la facilidad que existe para difamar y presionar a compañeros sin necesidad de dar la cara. Las hordas de trolls y el uso tan nada ético de los canales de comunicación hacen de las batallas intestinas la última lanza que dará muerte al Psoe. 

La situación ha llegado a tal punto que ni siquiera los peones sirven ya para avanzar posiciones en el tablero. Las principales piezas han salido a dar (su) batalla para sorpresa -triste- de algunos militantes que aún a estas alturas creían en ellos de algún modo. 

Hoy no hay manera de esconder nada bajo las alfombras. Por mucho que algunos sigan con el mantra de que las cosas hay que decirlas en los órganos oportunos. Sí, hay que ser honestos y claros en los Comités Federales, en las asambleas. Pero para ello hay que dotar todos los mecanismos de un funcionamiento libre de trampas, esto es: comenzando desde la elaboración de censos transparentes y sin obstáculos a quien quiera afiliarse -o dejar de militar-, pasando por la absoluta limpieza en los debates asamblearios, donde han de primar las confrontaciones ideológicas y articular todos los mecanismos posibles para la resolución de conflictos de manera eficaz y justa; procesos de elección de candidatos abiertos, participativos, incluyentes y heterogéneos, donde se asegure que no estarán los mismos ocupando siempre todos los lugares de responsabilidad; valorar a toda la militancia, escucharla y no anteponer cuestiones meramente interesadas (como el pago de las cuotas o la pertenencia a las distintas corrientes de pensamiento que debería haber) para permitir la participación libre. 

Y por supuesto, que el hecho de hablar en los órganos del partido no suponga el silencio fuera de ellos. Militar en una organización política progresista jamás debería suponer la renuncia a ninguna libertad ni derecho individual. Pues de lo contrario, se estará alimentando el silencio apesebrado de los estómagos vacíos que se romperá, como estamos viendo ahora, en el momento en el que quieran utilizar sus palabras como puñales. Y la palabra jamás debería ser escondida en un lugar donde se supone que se participa para mejorar la libertad de todos. 

Muchos volveríamos a militar si realmente pudiéramos aprender, debatir y participar de un espacio de sana convivencia y crecimiento colectivo. Abierto hoy el PSOE en canal quizás sea más sencillo hacer entender a quienes nos espetaban que había que intentar cambiarlo desde dentro, que no hay por dónde empezar a limpiar mientras ocurra lo que hoy todo el mundo ve: la guerra intestina por el poder por parte de quienes no están dispuestos a renunciar a los beneficios que llevan obteniendo toda su vida y que de otra manera jamás tendrían. Hasta que no termine semejante abuso, el PSOE seguirá siendo un club de fans, como me comentaba estos días uno de los "barones" "socialistas".