Él mismo se define como el “pato cojo” del Gobierno de Mariano Rajoy. El palabro anglosajón define a los políticos que no tienen poder real porque su mandato tiene fecha de caducidad o porque sus compañeros le dan la espalda. Hablamos de Luis de Guindos, uno de los ministros más sombríos y discretos del actual gabinete.

Mucho tiempo antes de que empezásemos este bucle infinito de elecciones generales, De Guindos ya había avisado de que no quería ser incluido en ninguna lista electoral y que experiencia ministerial tocaba a su fin. Pero su fecha de caducidad parece seguir postergándose ad kalendas graecas. Sin embargo, esa condición de pato cojo venía sugerida por ser el ministro de Economía con menos poder en las últimas décadas: no ostenta ninguna Vicepresidencia y el grueso de la economía pasa por las manos de Álvaro Nadal y Cristóbal Montoro, su archienemigo en el Gobierno.

Llegó al cargo como un independiente, a pesar de que había ostentado varias responsabilidades económicas en la época de Aznar, y fue fichado directamente de las filas de Lehman Brothers. Era el responsable en España y Portugal de la compañía que provocó la gran crisis económica, aunque él no se enteró del crash hasta que le empezaron a devolver los cheques gourmet de la empresa. Y, aun así, Rajoy puso en sus manos la economía del país, aunque de manera virtual, como se ha dicho.

Su perfil anodino le ha situado en un discreto puesto medio en la valoración de los ministros. Nadie le valora sobremanera, pero tampoco le odian como a su rival Montoro. Él no tiene el verbo afilado de Soraya Sáenz de Santamaría, ni el radicalismo religioso de Jorge Fernández Díaz, ni el toque dictatorial pero ingenuo de Rafael Catalá. Su cara de despiste y su recurrente tartamudeo cada vez que se enfrenta a un micrófono le convierte en un ministro afable, casi achuchable.

Y, sin embargo, algunos de los momentos más oscuros del Gobierno han llevado su sello. El último, el nombramiento a dedo para el Banco Mundial de uno de los mayores sinvergüenzas y mentirosos que ha pisado el Consejo de Ministros.

A José Manuel Soria le definió como “amigo y compañero” cuando dimitió por tener empresas en paraísos fiscales, una estafa fiscal que De Guindos definió como “error de comunicación”.

Con Francisco Granados se fundió en un fraternal abrazo en la boda de su hija, a la que invitó al actual residente de la prisión de Estremera cuando ya escondía el botín de la Púnica en Suiza. Y reconoció, sin despeinarse, por supuesto, que había atendido sus llamadas cuando Granados le pidió sacar tajada de la privatización de Aena.

Y, como hemos contado en ELPLURAL.COM, es el ejemplo etimológico de la palabra nepotismo, palabra que deriva del nepos latino que significa sobrino. Dos de sus sobrinas trabajan como agregadas en delegaciones diplomáticas de Estados Unidos y una tercera está colocada en el Banco Mundial y habría sido la mano derecha de Soria si el enchufe no se hubiera truncado para el ministro panameño.

A pesar de que Soria haya tenido que renunciar al caramelito del Banco Mundial, De Guindos debe acudir al Congreso a dar explicaciones, como le piden PSOE y Podemos, por el dedazo y por el resto de sus oscuras maniobras.

Y, después de cumplir el trámite, haría bien en dejar el cargo corriendo, o cojeando. Ahora, para alivio suyo y de todos los españoles, su puesto ya tiene fecha de caducidad.