No hay que ponerse nerviosos. Llevábamos más de treinta años acostumbrados a un sistema donde solo había dos partidos y ahora hay cuatro. Es lógico que el sistema tenga que “ajustarse”, “calibrarse”, “reformularse” y como las cosas no suelen salir a la primera, seguramente nos cueste tres elecciones.

Hasta hace poco, España era un país donde PP y PSOE se alternaban en el poder de forma tranquila, casi aburrida, como Cánovas y Sagasta en el siglo XIX. Pero con la crisis, dos nuevos actores aparecieron en el escenario. Podemos, con su discurso de la casta, diciendo que ambos partidos eran lo mismo y que ellos era la salvación de los hombres (y las mujeres). Y Ciudadanos, un producto del IBEX-35 con look de Corporación Dermoestética, que prometía “cambio y regeneración”.

Vinieron las elecciones del 20 D, luego las del 26J, y no os voy a recordar lo que pasó, que no os quiero aburrir más de la cuenta. Hoy el PSOE es el centro de las miradas. Tiene tres opciones: 

- Apoyar con su abstención a un partido doblemente imputado y campeón de la corrupción, dándole la razón a Podemos con su discurso de la casta y cediéndoles el testigo de la izquierda. Un suicidio político “por el bien de España”, como dirían algunos.

– Intentar un gobierno con Unidos Podemos y nacionalistas. Teniendo en cuenta que Podemos aspira a matar al PSOE y ocupar su lugar, aquello sería “Durmiendo con su enemigo”. Por no hablar de las complicaciones de los pactos con unos nacionalistas en plena demanda de independencia.

– Terceras elecciones. El PSOE propondría de nuevo un pacto PSOE-Ciudadanos- Unidos Podemos, que muy seguramente sería rechazado por los dos, e iríamos a terceras elecciones.

Unidos Podemos, que además no pasa por sus mejores momentos, se queda sin discurso frente a un PSOE que ha sabido resistir las presiones y que ha demostrado que tan casta no es cuando le ha dicho que no al PP, a los poderes económicos, a la prensa de papel y hasta al Financial Times. Por primera vez desde los primeros tiempos de ZP, el PSOE recupera la adhesión de parte de la izquierda y con ello muchos de sus antiguos votantes que ahora, realizando un ejercicio de voto útil y antiRajoy, volverían al redil socialista.

La figura de Pedro Sánchez ganaría enteros. Pasaría de ser visto como el Ken de Pozuelo al tipo que resistió a medio mundo ( incluidos los malvados barones) en nombre de la izquierda y la decencia. En un PSOE donde pronto volverá la competición de liderazgos, Pedro Sánchez sumará puntos ante los militantes, poco amigos de llevar al poder al PP.

Ciudadanos, quemado por su apoyo a Rajoy, con un Rivera sin credibilidad, como él mismo reconoce ya, estaría herido de muerte, y muchos de sus votantes optarían por el PP directamente (voto útil antiPSOE), y la abstención e incluso por el propio PSOE ( los desencantados que se creyeron aquello de la regeneración).

El PSOE recibiría por tanto votos de unos Unidos Podemos y Ciudadanos en horas bajas, que perderían buena parte de su volátil electorado. Por contra, le abandonarían votantes de centro hastiados que le culpabilizarían por repetir las elecciones, los cuales pasarían a la abstención y algunos, al PP. ¿Le compensaría al partido de Ferraz? Tendría que jugársela. Y Pedro Sánchez, al que la vida le ha puesto otro partido extra por delante después de haber perdido los dos primeros, no va a decir que no. Un jugador de baloncesto nunca diría que no a una posible remontada, por muy difícil que parezca. Y si este nuevo encuentro termina con una mayoría absoluta del PP, para el PSOE siempre sería preferible a tener que hacer de monaguillo de la derecha durante cuatro años (o cuarenta, visto lo que vendría después).

Mi opinión es que tanto PP como PSOE crecerían en unas terceras eleccciones, a costa de Ciudadanos y Unidos Podemos. Curiosamente, la opción que más critican los defensores del sistema, es la que lo salvaría. Y es que, para que funcione el bipartidismo que tanto gusta a los poderes fácticos, un partido no solo debe poder ser alternativa del otro, sino parecerlo.