Apenas había transcurrido un año desde la muerte en la cama del general Franco, cuando el 9 de octubre de 1976 seis ex ministros que colaboraron estrechamente en el mantenimiento del régimen dictatorial y un ex secretario de la Confederación Nacional de Combatientes crearon el que, después de un lavado de imagen por el camino que, eufemísticamente, se denominó “refundación”, es el actual Partido Popular cuyo organigrama jerárquico ha tenido a uno de aquellos ex ministros, Manuel Fraga, por presidente fundador, a José María Aznar como presidente de  honor y a Mariano Rajoy como actual presidente en ejercicio y, a su vez, presidente en funciones del Gobierno de la nación.

Sus herederos intelectuales se han convertido, sin retractarse ni condenar las barbaridades, en los adalides de los valores democráticos

El más mínimo conocimiento de nuestra reciente historia debería hacer innecesario este recordatorio pero se requiere hacerlo porque, por un lado, la Ley de Amnistía de 1977 que cubrió con un manto de impunidad los desmanes de aquel régimen que actualmente no es ni cruel, ni dictatorial, sino simplemente algo “autoritario” -le llaman así ahora, aunque sin el permiso de las decenas de miles de conciudadanos que aún están desaparecidos en nuestras cunetas- y, por el otro, la burda y cínica manipulación que han hecho de aquella época vivida “con extraordinaria placidez” -en palabras del que fuera ministro del Interior, Mayor Oreja- han desvirtuado tan radicalmente la realidad de aquellos años de persecuciones, desolación, sufrimiento y muerte que sus responsables directos y sus herederos intelectuales se han convertido ahora, sin retractarse de aquellas barbaridades ni condenarlas expresa y rotundamente, en los adalides de los valores democráticos.

Viene todo lo manifestado a cuento de la reacción del candidato a lehendakari por el PP, Alfonso Alonso, ante la presentación a este mismo cago por HB Bildu de Arnaldo Otegi. El anterior ministro de Sanidad, anterior portavoz de su Grupo ante el Congreso, anterior alcalde de Vitoria  y “comodín” de esta formación política para desempeñar cualquier cargo que genere alguna dificultad, ha manifestado que: “La candidatura de Arnaldo Otegi es una burla a las víctimas del terrorismo” y que nosotros  “tenemos memoria de dónde está la dignidad y dónde está la vergüenza, dónde está la grandeza y dónde la ignominia, quiénes son las víctimas y quiénes son los verdugos".

Sólo una pregunta retórica que no espera respuesta: ¿por qué, paradójicamente, los que se oponen hoy con mayor beligerancia a la oportunidad de defender posicionamientos políticos desde las instituciones democráticas en ausencia total de violencia  -al margen del problema aún no resuelto de la inhabilitación de Otegi- son justamente aquellos -o sus herederos ideológicos- que en su día fueron admitidos en el actual sistema político cuando habían sido, al menos, cooperadores necesarios de un régimen que privó de derechos y libertades a los ciudadanos o que procedió a ejecuciones sumarísimas de los adversarios políticos a los que acusaban de alta traición?

¡Que sepa Alfonso Alonso que las palabras víctimas y verdugos, memoria, dignidad y vergüenza, han sido palabras ya empleadas durante demasiado tiempo sin que pareciese que a ellos les importara una higa!