Si un ser humano se define por sus elecciones, no puede pasarse por alto que su idiosincrasia ha de conformarse, en buena medida, por una de las decisiones más importantes que se hacen en la vida: en qué bar de carretera parar durante un largo viaje.

En mis retiros cántabros, confieso no ser siempre fiel y me declaro culpable de jugar a dos bandas. Hay ocasiones en que uno se despierta más proletario y alarga el trayecto hasta Alar del Rey, casi en la frontera palentina, para fundirse en el tumulto y el estruendo de La Cueva y disfrutar de sus molletes con tortilla de chorizo y sus croquetas de jamón de York, las más cremosas de la Meseta.

Otros días, nos dejamos llevar por el esteta que todos llevamos dentro –o simplemente porque el hambre acucia 50 kilómetros antes- y paramos en Frómista. En la Hostería de Los Palmeros se disfruta del silencio en su terraza, con vistas a la estatua de San Telmo y la espectacular iglesia de San Pedro, una maravilla gótica que vive desubicada en una ciudad conocida como “la joya del románico”. Pero el espectáculo palidece cuando aparece el veterano camarero con los pinchos de tortilla y los pepitos de ternera en el tradicional pan candeal de Palencia.

Este corazón loco, que ama a dos bares a la vez –el amor prohibido y el amor sagrado- coquetea con ambos gracias al anonimato. Sin embargo, nuestros dirigentes no tienen esa suerte y sus visitas a las posadas suelen ser retratadas; unas veces para formar parte del particular hall of fame castizo de sus paredes, otras para filtrar a la prensa la parada. Aunque siempre hay políticos que se libran de ser retratados y consiguen mantener su presente beato a costa de ocultar su pasado frecuentando ciertos bares de la carretera de Burgos en horarios nocturnos.

No ha sido el caso de Manuela Carmena, a quien no le ha hecho falta llegar a Cádiz para montar el primer escándalo de sus vacaciones. La alcaldesa de Madrid todavía no ha puesto en peligro de extinción ninguna flor del litoral ni ha tenido tiempo aún de matar a ningún delfín, pero, por desgracia para ella, se ha dejado fotografiar en un bar de carretera de Badajoz.

El problema no ha sido la parada –Felipe VI hizo algo parecido en mayo y casi le ponen una estatua en la gasolinera por su campechanía- o que la alcaldesa llegase al bar por haberse equivocado de salida –lo que demostraría para sus rivales su incapacidad mental para regir el destino de la capital española-. El problema es que Carmena se habría despedido a la francesa del Ayuntamiento y no habría avisado a los madrileños de que se iba de vacaciones.

Sin embargo, el nuevo periodismo de investigación debía esperar que, como todos los españoles, Carmena hiciera pública su marcha a través de un selfie en Twitter con el hashtag #vacaciones. Pero lo hizo a través de un decreto oficial en el que no sólo anunciaba su descanso estival, sino que designaba a sus sustitutos en el Trono de Hierro cañí.

La que sí ha sido discreta ha sido la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, quien sí que publicó en Twitter que se iba a dar un garbeo por Colmenar Viejo, pero ocultó a conciencia que iba a estar con el alcalde, uno de sus imputados favoritos. Pero la cuenta del partido en la localidad ya se encargó de retratarla tapeando con Miguel Ángel Santamaría. La arroba citando al alcalde despejaba toda duda de que era el mismo regidor que presionó a la Fiscalía para que dejara de investigar a su Ayuntamiento porque no les dejaba “dedicarse a otros asuntos”. Lo que no sabíamos es que esos “asuntos” eran tomarse unas cañas con la presidenta de la Comunidad.

A veces, la decisión que te define no es el bar de carretera en el que decides parar, sino de quien te haces acompañar.