La competencia entre supermercados y grandes cadenas comerciales llega a echarse en cara (afearse) qué cobran sus respectivas cajeras a la hora. Es algo horrible no tanto por el terreno que han decidido para  practicar su pugilato los grandes tenderos, sino por las miserias que se echan en cara unos a otros: “Yo pago 6,5 euros la hora de cajera los domingos y tu escasamente le das 6”. Hasta esta bajeza llegamos, competir en el nivel máximo del fango laboral.

Hasta hace poco tiempo la pugna se mantenía entorno al precio de los productos a la venta y la variedad de los mismos; las ofertas, el valor y la diferenciación del producto propio frente a la competencia; en la accesibilidad a los establecimientos, el número de cajas que te hacían fácil y rápida la compra, además de en el reclamo del producto: leche, cerveza, patatas…

Y también en el marketing. Hay cadenas que han logrado trasladar el convencimiento de que sus productos de belleza son similares a la coiffure de lujo francesa, pero a 1,5€ la barra de labios, y que sus políticas laborales serian incluso la envidia de las fabricas de la Mercedes en los años ochenta. Otros han logrado convencer por la boca: “¡Pero qué yogures!, es decir, te dan duros a peseta, o que sus naranjas son como las veneradas israelitas aunque vengan de Huelva.

Este venía siendo su mérito comercial y el terreno natural donde se establecía la competencia, pero este césped propicio se deteriora con gran rapidez. La crisis de consumo,  aún con altibajos según los meses, continua sin remitir y el negocio made in spain del súper y el centro comercial viaja mal. El Corte Inglés en 60 años solo pudo volar hasta Lisboa y al señor de Mercadona, que dice ser el inventor del zoco, lleva parecido camino, en tanto que la competencia extranjera, Carrefour antes y Lidl en los últimos años, se fija en nuestro terreno como la mejor rueda blanda.

Así pues, con un juego tan táctico y un continuo achique de terrenos, la competencia en el centro del campo es tan enorme que se ha hecho imprescindible utilizar las piernas a la manera de la guadaña con creciente regularidad. Pasamos  de un Beckenbauer a un Gattuso; del melodioso canario Valerón, a una caterva de bravos discípulos del argentino Bilardo. Ya no hay caballeros en el sector, insisten los decepcionados, ya dejó de hablarse solo de los méritos propios para criticar con crudeza los deméritos del contrario.

En esta situación de crisis, gustos y costumbres cambiantes, o de mudanzas, y con nuevas fuerzas políticas con otras miradas en las Comunidades Autónomas y numerosos ayuntamientos, la refriega no puede disimilarse por más tiempo y, por ejemplo, se quiere hacer estallar de nuevo la guerra de  los horarios comerciales, o sea, cerrar las tiendas durante el mayor números de domingos y festivos posible porque las iniciativas liberales no han conseguido aumentar el empleo en el sector y esclavizan  aún más al trabajador del comercio.

 O sea, ¿que existen patronos que exigen el cierre de tiendas en domingo y festivos porque se apiadan de las pobres cajeras? Ja... ¿No será acaso porque algunos patronos han conseguido –con la aceptación del consumidor- convertir el festivo en el segundo mejor día de caja y otros, los que no abren,  se lo están perdiendo?

Así pues para lograr una mejor posición de mercado sobre los competidores, algunos aventan en la pasarela ácida de los medios de comunicación el sueldo de las cajeras en domingo. ¿No sería mejor que todos les pagaran un salario digno y que todos pudiéramos comprar los domingos siquiera un rábano? Porque, ¿los forbes patrios no querrán convertir nuestras ciudades en fantasmas comerciales, como ahora son tantas urbes del interior peninsular (den una vuelta por Valladolid y observen pasmados el paisaje de una ciudad cerrada) por el dolor que le producen las pobres cajeras que no pueden conciliar su vida familiar, verdad?

Esto no es competir, es tirar de colmillo e influencia.