El aeropuerto de Palma consiguió el pasado sábado un nuevo récord de movimientos aéreos: 1.054 de los 6.613 que hubo en toda España. A nadie se le escapa que el llenazo turístico de Balears se debe en gran parte a su condición de la última frontera turística segura del sur europeo. Eliminada de un plumazo la competencia del Norte de África, que en su día emergió con destinos atractivos, mucho más exóticos y a muy bien precio, más allá de Formentera, la más sureña de las islas del archipiélago, ya no hay nada con garantías para el viajero europeo.

No se profundiza en las causas pero las consecuencias se han hecho sentir por primera vez: la sensación de agobio en un territorio insular, limitado por definición. Planta hotelera y pisos turísticos están a reventar; cuesta encontrar mesa en cualquier terraza sombría para sofocar rigores estivales; restaurantes que ya no reservan, embotellamientos en ciertas carreteras y playas con aglomeraciones que comienzan a recordar a Benidorm. Y, en la trastienda, un problema acuciante de abastecimiento de agua potable y de depuración de aguas residuales, que no dan abasto a una demanda que triplica la población.

Por vez primera en la historia se ha roto el innombrable mito de la limitación turística. Lejos de provenir de grupúsculos alternativos o antisistema, gran parte de la población se pregunta y si esto puede crecer sin límite. Inmediatamente se responde que de ninguna de las maneras. Pueblos y ciudades cambian su fisonomía original para presentarse como parques temáticos de uso turístico, se anula el comercio tradicional, que se substituye por tiendas de souvenirs y heladerías. Los residentes – en especial los trabajadores de hostelería – se ven apartados del mercado de alquiler de vivienda, que se ha disparado. Por las calles de Palma es permanente el ruido de obras de reforma en inmuebles y casas que se transforman para usos turísticos…

Nadie se atreve a poner seriamente en cuestión el negocio que da el mayor crecimiento económico de España, ni siquiera el Gobierno progresista de la Comunidad. Pero en el imaginario colectivo ronda la idea de que, esta vez, habrá que hacer algo antes de que sea demasiado tarde.

Por cierto, en las portadas de los periódicos locales han coincidió dos récords de Baleares: el ya constatado de tráfico aéreo y el de la mayor concentración de casos de corrupción, terreno en que el archipiélago multiplica por seis a la mayoría de autonomías. Quizás no esté tan lejos lo uno de lo otro.