Dijo un diputado laborista la semana pasada ante los Comunes que el nombramiento de Boris Johnson como responsable de Exteriores británico es "el más notable desde que el emperador Calígula nombró senador a su caballo". Lo recuerda Brian Reyes en el Gibraltar Chronicle, el periódico de la Roca, al tiempo que recoge otra opinión a tener en cuenta: Johnson es la figura menos diplomática del nuevo gobierno, a la par de su homólogo español, en funciones, José Manuel García-Margallo, "quien tampoco es conocido por sus habilidades diplomáticas".

En las manos de estas dos "lumbreras" de la política exterior está el contencioso de Gibraltar, un asunto que, después del Brexit, ha adquirido una dimensión más internacional. Y no porque lo desee Margallo, que pretende constreñirlo una vez más a la mera relación bilateral con el Reino Unido desmarcándose así de la recomendación comunitaria de negociar la salida de los británicos de la Unión Europea en un solo paquete completo.

Ambos ministros ya han mantenido un encuentro en Bruselas calificado de "extraordinariamente amistoso” tras el que Margallo calificó a su colega británico de dialogante, divertido y culto. Y es importante, porque en este asunto es básico saber algo de Historia.

Veamos por separado las bazas de los contendientes de cara a unas futuras negociaciones bilaterales:

García-Margallo: Las afronta eufórico, y eso que aún no sabe si seguirá en el cargo en otoño. Asegura que estamos ante la mejor oportunidad de recuperar la soberanía del peñón desde el Tratado de Utrech, declaración que ha supuesto una llamada a rebato al PP para poner en marcha toda la maquinaria del Estado a fin de conseguirlo.

Presupone el ministro que el cabreo de los gibraltareños, que votaron en masa contra el Brexit, está a su favor y cree que aceptarían la posibilidad de seguir teniendo acceso al mercado interior a cambio de una cosoberanía hispano-británica temporal que concluiría con la incorporación de Gibraltar a la soberanía española. Salvarían así, al menos de momento, una economía cuyos pilares son los servicios financieros y el puerto y que funciona gracias al acceso al mercado único europeo.

Para corroborarlo, el diario ABC, siempre atento al tema, se apresuró a informar de una entrevista de Sky Channel al ministro principal de Gibraltar, Fabian Picardo, antes del referéndum, en la que advirtió que el Brexit sería una amenaza seria para el peñón y que tendrían que plantearse la posibilidad de unirse a España si llegara a triunfar. La alegría española fue rápidamente chafada porque todo se debió a un error de traducción y en realidad el propio dirigente había afirmado que eso es algo que no ocurrirá nunca: "Margallo puede colocar esa sugerencia en su autobiografía, o en cualquier lugar donde el sol no brille", remató Picardo.

Boris Johnson: Recuerda el Gibraltar Chronicle una opinión vertida por el propio Johnson en The Daily Telegraph en la que explicaba por qué siempre fracasaban los intentos de España por recuperar la soberanía del peñón: "Los gibraltareños -escribió- son casi unos histéricos de su sentimiento británico. (...) Un 98 por ciento quieren ser británicos y nuestro deber absoluto es protegerles". "Mientras ellos lo deseen", ésta es, desde hace años, la postura oficial de Londres que cierra todas las posibilidades de España a cualquier negociación sobre la soberanía de Gibraltar.

Picardo aporta otra baza importante relacionada con la economía del Campo de Gibraltar. Si Margallo llegara a esgrimir el fantasma del cierre de la verja (o de dificultar el paso, como ya ocurrió el verano de 2013 y provocó colas de seis horas a ambos lados de la frontera) no solo ofrecería más argumentos al rechazo de los gibraltareños a cambiar de nacionalidad, sino que dañaría seriamente a la comarca. Además de los 10.000 trabajadores españoles que cruzan cada día para trabajar en la roca, según Picardo, casi el 25 por ciento de los empleos de esa parte de España, no demasiado boyante, dependen de la economía gibraltareña.

Una buena razón que respalda la postura del PSOE, que optó por la posición conciliadora de los tiempos de Zapatero y anunció que tanto si Gran Bretaña se va como si se queda en la UE, Gibraltar debe mantener su acceso al mercado único y tener una frontera abierta y fluida con España.

En el país del desempleo antes que la soberanía de Gibraltar, que lleva 300 años sobre el tablero, Margallo debería preocuparse más por lo que realmente interesa: la situación de los trabajadores españoles en el Reino Unido.