Después de una película como El puente de los espías, Mi amigo el gigante podría entenderse como un divertimento infantil por parte de su director, Steven Spielberg, quien ha contado en el guion con la fallecida Melissa Mathison. quien ha adaptado a Roald Dahl. Director y guionista coinciden de nuevo mucho tiempo después de E.T., lo cual dará a que se hable de Mi amigo el gigante como el E.T. de la era digital o del siglo XXI o cosas parecidas. Y aunque ambas películas comparten algunos elementos superficiales, Mi amigo el gigante transita por un terreno, no podría ser de otra manera, afortunadamente, muy diferente.

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Mi amigo el gigante es una película desdoblada, con dos partes más o menos diferenciadas –y que revelan, además, dos miradas por parte de Spielberg muy diferentes- y que se contraponen tras un arranque magnífico en todos los sentidos. En un primer bloque, la película se centra en la relación entre Sophie y el gigante, reconociéndose el uno en el otro y creando una cierta amistad. Desarrollada en el país de los gigantes, surgen algunos conflictos con otros gigantes que se resolverán en la segunda parte, pero lo más interesante reside en la creación de un mundo que, aunque con cierta relación con la realidad, busca el crear una fantasía. Con los sueños como uno de los temas esenciales, la película no prescinde de un cierto tono sombrío, que no triste, como tampoco cómico. El problema reside en que mediada la película, antes de arrancar lo que podríamos considerar la otra parte, Mi amigo el gigante queda varada durante un buen tramo. Spielberg desconcierta con ello. Con un ritmo pausado, que no lento, desarrolla la relación entre los dos personajes, pero acaba siendo necesaria la introducción de un conflicto que reavive la narración.

Así, la acción abandona los contornos de un contexto completamente fantástico para introducirse en la realidad; todavía más, en una realidad ‘histórica’, con la reina de Inglaterra como imposible personaje de la película. La fantasía desborda la realidad, la violenta, y lo hace abiertamente mediante el humor creando un nuevo relato que se contrapone al anterior en tono. Más dinámica y llena de acción, de ahí hasta su conclusión, esta parte apuesta por la interacción entre lo real y lo fantástico.

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Como en gran parte de sus películas, Spielberg ha buscado esa relación entre una idea de cine apegada a una herencia cinematográfica y las nuevas tecnologías. El intento de crear una película en apariencia artesanal con el digital, no acaba de estar del todo conseguido en tanto que se hace demasiado evidente las costuras de su construcción: los elementos fantásticos denotan en exceso su elaboración, no permiten, en contraposición con las imágenes más reales, tener la autonomía necesaria. Ahora bien, sí consigue plantear un relato sobre la fantasía y su creación –y la creencia en ella- que da como resultado una película sencilla y, en ocasiones, demasiado simple, irregular en su conjunto pero que logra reinventarse sobre la marcha. Queda cierta sensación de indefinición, por mucho que ambas partes se complementen. Y a pesar de todo queda un sentido de la aventura y de la narración puramente cinematográfica que brilla en muchos momentos gracias a la ya más que asentada capacidad de Spielberg para la narración visual.