La intimidad, y especialmente la propia, es posible el tema alrededor del cual ha girado la obra de Sophie Calle en sus diferentes expresiones artísticas. Expuesta tanto verbal como visualmente, la artista francesa siempre se ha movido en ese terreno intermedio, y tan arriesgado, que supone situarse en primera línea del discurso. Una desnudez personal a partir de la cual indagar en la intimidad, propia y ajena, que puede resultar molesta e incómoda, quizá porque, de manera inconsciente, supone revolver algo en el interior del lector/espectador. Historias reales está compuesto por un díptico de cuarenta y siete fotografías y su texto correspondiente, desarrollado su conjunto entre 1988 y 2003; las imágenes pertenecen a Calle y, en algunos casos, al fotógrafo Jean-Baptiste Mondino, mientras que los textos autobiográficos pertenecen íntegramente a Calle, organizado todo el material en cinco secciones.

La tendencia, cada vez más extendida, de evaluar un texto literario tan solo a base de su argumento y/o tema y, por supuesto, de la empatía que se tenga hacia él, ocasiona que la forma o construcción de ese texto quede en un segundo plano, olvidando la importancia de los mecanismos narrativos. Por eso, un libro como Historias reales, entre otros tantos motivos, es tan relevante. Aunque bien es cierto que acompañar el texto de imágenes, o a éstas de texto, que parece lo mismo, pero no lo es, no es nada novedoso, lo relevante del libro de Calle es cómo va rompiendo los límites de los géneros. Autobiografía, libro de fotografías, diario íntimo, memorias, libro de cuentos, microrrelatos… Podría defenderse cualquiera de las anteriores opciones, y sin embargo sería reducir Historias reales a un simple concepto que no daría habida cuenta del valor real del libro.

Los textos a modo de breves relatos –quizá usar el término de microrelato en esta ocasión sería errónea- tiene fuerza independientemente, sin embargo, es su relación con la imagen, ya sea porque ésta los complementan explícitamente o porque, por el contrario, crean disonancia entre lo leído y lo que se ve, cuando toman forma completa. No es, por tanto, un simple trabajo caprichoso de unión de imagen y de texto, sino una búsqueda de crear un relato amplio, exploratorio, basado en la sencillez de lo expuesto mediante las palabras pero, a su vez, aumentando la complejidad con esa interacción. La capacidad de síntesis narrativa de Calle ocasiona que una vez leído el texto en ocasiones se deba volver a él, no tanto para comprenderlo mejor, su claridad es pasmosa, sino para encontrar aquello que en una primera lectura pasa desapercibido.

Calle habla de ella en estos cuarenta y siete textos e imágenes, pero a su vez hay algo que trasciende el hecho autobiográfico. Logra crear un relato de memorias a base de fragmentos, de recuerdos que aparecen, se esfuman y dejan una huella, visual, también el recuerdo; sucesos cotidianos, aparentemente intrascendentales, pero que dan habida cuenta de la construcción de una identidad, la de Calle, errante, conflictiva, compleja. Ese carácter exploratorio al que nos referíamos no se encuentra tan solo en la forma elegida por Calle, también en cómo ella se examina no tanto de modo introspectivo como en su relación con los demás. Y ahí reside quizá una de las grandes virtudes de Historias reales, que consigue que nos planteemos nuestras relaciones personales y el lugar que ocupamos en el mundo. Al fin y al cabo, página tras página, Calle parece perseguir el comprender cuál es el suyo. Materializarse mediante la palabra y la imagen. Salir de su interior.