En Cenizas y diamantes (1958) Andrzej Wajda mostraba el punto de inflexión que separaba dos eras, la de una época que finaliza con la rendición alemana, poniéndose fin a la Segunda Guerra Mundial, y el inicio de otra nueva, a pesar de que aún sigan las ruinas humeando y reinando todavía el caos, y que dejaba atrás una larga y arraigada tradición en la que Polonia se había anquilosado durante décadas. Entre ambas eras, una noche, el intervalo de tiempo durante el cual transcurría la trama.

El film de Wajda nada tiene que ver con Todos queremos algo, salvo por ese carácter de entreacto que posee el film de Richard Linklater ya que también transcurre en un intervalo de tiempo, en este caso durante los tres últimos días de agosto de 1980, justo los días que preceden al comienzo de las clases en la universidad. Un entreacto en el que además confluyen dos épocas, el espíritu de la extinta década de los años setenta y los nuevos aires que empiezan a traer los ochenta. Un momento que significa el inicio de un nuevo ciclo para los jóvenes protagonistas tras haber dejado atrás el instituto. Un espíritu que se enfatiza en la apertura de la película con la célebre canción My Sharona de The Knack que fue número uno de ventas en las listas Billboard en 1979, pero también con los numerosos temas que van sonando a lo largo del metraje.

Linklater modula ese paso del tiempo a través de varias estrategias, tanto en los aspectos narrativos como en la puesta en escena, desde la ambientación y el vestuario hasta la propia textura de la imagen. Un fresco coral salpicado con numerosos matices que, por las caóticas situaciones que presenta al principio puede dar una cierta impresión de ser la típica comedia estudiantil pero que irá progresivamente evolucionando de manera muy sutil, casi sin que el espectador se de cuenta, hacia derroteros más profundos a pesar de ese aparente envoltorio de frivolidad. De hecho, el film se inicia con la llegada de Jake (Blake Jenner) a la casa que va a compartir con sus futuros compañeros de estudios en un momento donde reina un cierto desorden y que sirve de presentación a los diversos personajes que componen el grupo que, como si fueran las piezas de un puzzle, van armando la trama con las sucesivas conversaciones, la mayoría de ellas con bromas, banalidades y comentarios soeces, y en las que se ponen de relieve sus intenciones de divertirse, salir de juerga, beber y ligar con las chicas.

 

Pero al mismo tiempo surge en ellos un espíritu de competitividad en el que cada uno, a su manera, trata de reafirmar su individualidad, incluso más allá del hecho deportivo, pues todos ellos forman el equipo de beisbol de la universidad. De ahí que les han concentrado en una gran casa, apartados de las residencias de estudiantes, con la prohibición de organizar fiestas y traer chicas.

Una evolución que viene marcada por los varios ambientes que frecuentan, desde una discoteca donde suena la música disco, ya en auge en aquellos días, a una cervecería con un toro mecánico y la actuación de un grupo de música country; de un local underground en el que toca una banda punk a una fiesta de tintes oníricos donde se hacen representaciones teatrales con máscaras y disfraces. Lo tradicional y lo moderno, lo viejo y lo nuevo, el presente, pero también el futuro que está por venir. De hecho varios meses después a las fechas en las que transcurre la historia, será elegido presidente Ronald Reagan, un 20 de enero de 1981, entre cuyas líneas de actuación se halló el propósito de devolver la confianza al pueblo norteamericano con la recuperación de los valores tradicionales en consonancia con el American way of life.

 

Pero a su vez, hacia la mitad de la trama hay una secuencia que marca uno de los puntos de inflexión del relato, cuando se reúnen varios de los protagonistas en la habitación de Willoughby (Wyatt Russell) quien, casi como un maestro de ceremonias, con las notas del tema Fearless de Pink Floyd  un tema, por cierto, de 1971 sonando de fondo, en su tocadiscos, les aconseja que deben de tomar conciencia sobre sí mismos utilizando una metáfora sobre la interpretación musical en el sentido de que más que poseer una gran técnica a la hora de tocar una escala musical, ya que es una cuestión de aprendizaje, la verdadera clave reside en la propia interpretación en sí misma, en el feeling, por decirlo de otra manera, en dejarse llevar por la experiencia. Idea que concluye con una cita del científico Carl Sagan (de hecho hacia el principio del metraje se hace una mención a su libro Cosmos): “La belleza de un ser no está en los átomos que lo conforman, sino en como se estructuran”. Una frase que en cierta manera viene a ser una metáfora sobre el proceso que están a punto de emprender.

Además, Willoughby es una suerte de Peter Pan con barba y melena, alguien quien todavía se resiste a aceptar su edad, que los años pasan, de ahí su aspecto hippie, sus intenciones de prolongar su estancia en la universidad. Un paso del tiempo al que tarde o temprano se verá abocado a afrontar, como comenzará a hacerlo el resto del grupo, aunque cada uno a su manera, tras un desenfrenado fin de semana, cuando se inician las clases.

 

“Las cosas tienen el significado que les quieras dar” le dice Beverly (Zoey Deutch) a Jake la noche en la que surge el amor entre ellos. Como esa frase que un profesor escribe sobre una pizarra: “Las fronteras están donde uno las encuentra”. Como también es proverbial el hecho de pensar que aquella generación que representa la película son los que ahora se acercan a los sesenta años de edad, los que manejan los destinos desde las distintas esferas, tanto gubernamentales como empresariales o académicas.