Los prejuicios, el analizar la ropa que lleva la gente con la que nos cruzamos, la raza y hasta la forma de expresarse son sólo algunos de los factores que diariamente tenemos en cuenta para decidir si queremos, o no, relacionarnos con una persona. Por ello, no es extraño ver a gente apartándose o intentando esquivar a mendigos en las calles de las grandes ciudades. ¿Haríamos lo mismo con un niño? Lamentablemente, la respuesta es sí.

Para demostrar lo hipócritas e interesados que podemos llegar a ser, Unicef ha hecho un experimento. “¿Qué harías si vieras una niña sola en la calle?”, pregunta la ONG para mostrarnos dos realidades muy diferentes pero que hablan de una misma sociedad que no piensa en la pobreza infantil.

La historia de Anano

Anano tiene seis años, es una niña de Georgia morena, con el pelo a media melena y unos ojos que hablan por sí solos. Cuando a estos atributos físicos les acompañan un vestido, unos leotardos, unas buenas botas y un abrigo nuevo, Anano se convierte en una niña perdida y la gente se desvive por ayudarla.

Cuando esa ropa desaparece y la que pide ayuda es la misma Anano pero con ropas viejas, un gorro de lana y una cara llena de manchas por la suciedad de la calle, la ayuda desinteresada se convierte en desprecio e invisibilidad.

“Me decían que me fuera y eso me puso muy triste”, lamentó la menor y es que, de hecho, los desprecios de los adultos llegaron a un nivel tan alto que Unicef se vio obligado a parar el experimento ante el llanto de la niña.

Al final, esto es lo que sienten millones de niños todos los días en el mundo, aunque no se vea tanto su sufrimiento. Al lado de los adultos, se convierten en invisibles, es más, en los “invisibles entre los invisibles” aunque eso no hace que su realidad sea distinta porque, aunque en esta ocasión la Anano es una actriz, sus lágrimas son de verdad. Un llanto provocado por la pasividad y el rechazo de los mayores que sí tiene qué comer y un lugar en el que refugiarse.