En un país normal, no habría hecho falta repetir las elecciones. Esas cosas sólo pasan en lugares como Bélgica, el trozo más aburrido de Europa y, a su vez, capaz de mantener al continente durante 541 días en vilo. Pero ya está hecho, hemos vuelto a votar y tiene pinta de que ha vuelto a ser para nada. Así que tiemble Bélgica que su récord sin gobierno puede estar en peligro. Porque, aunque se empeñen en celebrar victorias fantasma, da la impresión de que todos los partidos han perdido y, sobre todo, hemos perdido los españoles.

En un país normal, Alberto Garzón habría dimitido ya, por haber jibarizado a Izquierda Unida con un pacto de botellines que, a la vista del fiasco, eran de Cruzcampo. Ha multiplicado por cuatro el número de diputados, y eso puede salvar su cabeza, pero su integración con Unidos Podemos no ha sido decisiva ni de lejos y sólo ha servido para tapar los agujeros de la formación morada.

En un país normal, Pablo Iglesias habría dimitido ya, por haber decepcionado a millones de ciudadanos, a los que negó por activa y por pasiva la posibilidad de haber mandado a Mariano Rajoy a registrar propiedades a Santa Pola. Pensó sólo en su interés personal de provocar un sorpasso que se ha quedado en hostiasso y su campaña de polarización sólo ha desembocado en una pinza descompensada que sólo ha beneficiado al PP.

En un país normal, Albert Rivera habría dimitido ya tras haber pasado en tres meses de liderar un partido emergente a dirigir un partido menguante, con la pérdida de la cuarta parte de sus escaños. Sus vaivenes y contradicciones, que sigue ejercitando incluso hoy, han espantado a sus votantes. Quienes le votaron como alternativa al PSOE han vuelto a casa, y quienes le votaron como castigo al PP han castigado su pacto con los socialistas.

En un país normal, Pedro Sánchez habría dimitido ya. Cogió al PSOE con el peor resultado de su historia, cosechado por Rubalcaba, y consiguió empeorar aún más la situación. Y ahora ha demostrado su capacidad de plusmarquista volviendo a revalidar el peor resultado de la historia socialista. Que el sorpasso no se haya producido es un gran alivio para los socialistas, pero le eligieron como líder para volver al gobierno, no para salvar los muebles.

En un país normal, Mariano Rajoy no tendría que haber dimitido en la noche electoral, porque hace tiempo que tendría que haberse ido. Cuando se negó a acudir a la sesión de investidura tuvo una ocasión de oro, pero lleva sobrando desde que le pillamos carteándose vía SMS con el delincuente Bárcenas. O cuando amparó al panameño José Manuel Soria. O cuando defendió al conspirador mayor del Reino y ministro del Interior. O cuando… Son tantas las veces que Rajoy se ha reído en nuestra cara, que lo de menos es que haya dilapidado tres millones de votos desde el 2011.

Todo esto pasaría en un país normal. Pero, amigos, esto es España. Y, como dijo Manuel Fraga, ministro franquista y fundador del partido que nos gobierna, Spain is different