Lo típico que te acuestas con todas las encuestas señalando que Reino Unido se queda, y te despiertas con una de las principales potencias económicas de la Unión Europea con las maletas preparadas. Si todos los sondeos son igual de fiables, no hay que descartar que el próximo lunes tengamos un gobierno de VOX con mayoría absoluta.

En lo que sí que ha habido acierto es en la visión de un Reino Unido divido por la mitad en varios ejes: ingleses y galeses contra irlandeses y escoceses; jubilados contra jóvenes; votantes sin estudios contra licenciados; clases bajas contra clases medias.

No hay que olvidar que buena parte de la campaña a favor del Brexit se ha visto espoleada por el racismo y la xenofobia, el mismo fantasma que recorre otra vez Europa, con efecto retardado tras el surgimiento de la crisis económica. Pero también se trata de una reacción contra el statu quo: cuando vives en tus carnes la austeridad y la desesperación, cualquier alternativa que prometa un cambio radical tiene todas las papeletas para recoger el clamor popular. Ya se llame Podemos, independencia de Cataluña o Brexit.

A pesar de que David Cameron sólo estuviera buscando su interés partidista (y su figura política pase a la historia como un cáncer político con el récord de dilapidación de mayorías absolutas), algunos empezaban a verle como un ejemplo democrático, por su facilidad para preguntar al pueblo, como antes hizo con la independencia de Escocia.

El problema, sin embargo, se veía venir: si Reino Unido apostaba por el Brexit, sería la prueba del nueve de lo perjudicial que es pasarse de democrático. Personalmente, pensaba que tardarían un poco más en echar toda la culpa a los votantes, pero sólo unas horas después de saberse el resultado ya teníamos a Pablo Casado cocinando un mejunje dialéctico sobre el riesgo de los referendos y los populismos.

Más cauteloso ha sido Pedro Sánchez al señalar que “los referendos trasladan a la ciudadanía problemas que tienen que solucionar los políticos”. Algo muy parecido me dijo José Luis Rodríguez Zapatero cuando le pregunté sobre la aprobación de las adopciones homoparentales con una fuerte mayoría social en contra. Es cierto que, si se hubiera hecho un referendo sobre ese asunto en aquellas fechas, ahora no seríamos un ejemplo para el mundo.

El debate sobre democracia representativa y democracia directa es muy interesante, pero no conviene pasarse de largo por ninguno de los dos extremos, no vaya a ser que al final perdamos de vista lo importante: la democracia.

Por lo menos, en España podemos estar tranquilos en lo que respecta a los errores del pueblo. Mariano Rajoy va camino de ganar unas terceras elecciones y todavía nadie se ha planteado dar de baja a la democracia.