Desde que en 2004 James Wan debutara en la dirección con Saw, creando una de las franquicias más influyentes de la última década, el cineasta se ha movido por diferentes registros creando una carrera con altibajos pero que denotan un claro interés por parte del cineasta por explorar diferentes terrenos, aunque eso conlleve, por ejemplo, haber dirigido Fast and Furious 7. Es el cine de Wan, en muchos sentido, un cine exploratorio, cierto, pero con la suficiente inteligencia como para estar realizando películas como Insidious, en 2010, y su secuela, en 2013, o, ese mismo año, Expediente Warren: The Conjuring, películas que giran alrededor de elementos muy parecidos y, sin embargo, ser capaz de ir variando de unas a otras mediante una mayor estilización en la puesta en escena. Pero, además, ha sido capaz de conectar con el público: el estreno de Expediente Warren: El caso Enfield ha vuelto a ser tan espectacular en taquilla como la primera, lo cual indica que Wan sabe llevar al público a las salas más allá de los aficionados al terror. No es la taquilla lo que mide el valor de una película, pero en este caso concreto resulta muy revelador cómo la buena producción, la apuesta por un género ‘popular’ y el trabajo escénico de Wan, se han unido.

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Wan construye Expediente Warren: El caso Enfield de una forma muy parecida a la primera entrega: un caso paranormal, en este caso en Londres, además, uno de los más famosos de la historia, bien documentado y con bastantes testigos y que, sin embargo, a hoy en día, sigue siendo un misterio. A Londres llega el matrimonio Warren, Lorraine y Ed, interpretados por Vera Farmiga y Patrick Wilson, enlazando prácticamente con el final de la anterior. Llegan con dudas, sobre todo por parte Lorraine, quien quiere dejar los casos debido a unas visiones que la atormenta y que anticipan un futuro que quiere evitar. Y sin embargo, acaban ayudando a la familia. Hay algo en el matrimonio Warren, dejando de lado el claro tamiz religioso que los circunscribe, que resulta tan sumamente humano, en un sentido de altruismo y de dedicación a los demás, que en tiempos tan cínicos como los actuales es posible que sea recibido con sospecha y desgana, y sin embargo marca en gran medida la diferencia en esta segunda entrega. Habiendo ya asistido a la primera entrega, es patente la evolución que Expediente Warren: El caso Enfield marca con respecto a ellos, y aunque el relato de terror es el que se presenta como modulador de la acción, son ellos quienes marcan una parte del tono de la película, porque en un contexto aterrador, sus figuras resultan reconfortantes, crean, realmente, extrañeza. Quizá porque cada vez estamos menos acostumbrados a ello.ç

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Durante una gran parte de la película, la acción se sitúa entre la residencia de Enfield, desarrollando los hechos sobrenaturales que se suceden en la casa, sobre todo alrededor de una de las hijas, Janet (Madison Wolfe), y la de los Warren, creando una dialéctica entre lo que acontece en Londres y la vida cotidiana del matrimonio, con las indecisiones por parte de ella de seguir hacia delante. Wan va desarrollando con calma los episodios sobrenaturales en la casa de una madre que intenta sacar hacia delante a sus hijos tras el abandono del padre, centrándose, como decíamos, en Janet. Personaje que conecta, por supuesto, con todas las niñas poseídas de todas las historias de casa encantadas que se puedan recordar; a este respecto Expediente Warren: El caso Enfield, como su predecesora, juega con todos los elementos del género, pero no lo hace mediante la referencialidad sino en busca de que sea la puesta en escena la que vaya creando el terror, dando importancia a los movimientos de cámara para, más allá de la música, en ocasiones excesivamente incisiva, crear la atmósfera y jugar con las restricciones del espacio interno de la casa. Del mismo modo, Janet, en gran medida gracias a una estupenda Wolfe, consigue transmitir tan a la perfección la aflicción que paulatinamente va adueñándose de ella. Wan, sin necesidad de introducir más elementos de los esperados, crea un tour de forcé visual mediante un estilo, para algunos neoclásico, que resulta tan elegante como perturbador, y quizá lo segundo gracias a lo primero. Habrá quien no vea en Expediente Warren: El caso Enfield más allá de una típica película de casas encantadas y posesiones, y sin embargo, tiene mucho más, porque merece la pena detenerse no solo en qué está narrando la película en su superficie, sino también en cómo Wan concibe la construcción de las secuencias.

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Gracias a su trabajo visual y a cómo los personajes toman entidad propia más allá de los arquetipos que representan, Expediente Warren: El caso Enfield es un magnífico e inteligente entretenimiento, pero que bajo la superficie del relato de terror, esconde un correlato igual de interesante que aumenta el sentido de aquel gracias, como decíamos, a los personajes, principalmente al matrimonio Warren, con quienes nos resulta imposible no sentir una empatía que, desde la primera entrega, parecen haber evolucionado en muchos sentidos. Y esa atención a ellos, al detalle y al sentido de la puesta en escena, hacen de Expediente Warren: El caso Enfield, incluso con sus problemas en un sentido de ritmo en determinados momentos, por ejemplo, una estupenda película.