Las CUP han pasado de ser “una opción de voto para los independentistas de izquierdas que no quieran votar por Artur Mas” a “unos desagradecidos y unos traidores al proceso”. Es la distancia que media entre los abrazos que se daban David Fernández y el por entonces President Mas el día de la consulta al rechazo a los presupuestos que han encabezado Anna Gabriel y Eulalia Reguant. La misma brecha insalvable que ha coexistido desde su fundación en el seno de un partido complejo, con dos almas claramente diferenciadas.

Convergencia, que ha instrumentalizado y subvencionado todo lo que ha querido y más en la Cataluña de las últimas tres décadas, no perdió nunca de vista que los movimientos independentistas debían cobijarse bajo su ala. Analizando el modelo vasco, en el que aún queda mucho por decir acerca de las relaciones entre PNV y ETA, Jordi Pujol supo tener muy controlado todo lo que sonara a vinculación con la lucha armada. El único patriotismo era el que encarnaba su persona. Actuó bajo la máxima del teólogo, “fuera de la iglesia no existe salvación”.

De ésa visión personalista – incluso totalitaria – de lo que debía ser el catalanismo nacionalista surgió la necesidad de ir integrando progresivamente a diferentes personas que venían de posturas más radicales que las del partido de Pujol. No es extraño que Ángel Colom, de la Crida, Eric Bertrán, creador del Ejército del Fénix, o Jordi Sánchez, máximo dirigente de la Asamblea Nacional Catalana y también ex Crida, hayan acabado en la órbita de CDC de una u otra forma.

Véase también el caso de Antonio Baños, dirigente cupaire que dimitió al ver que su partido no apoyaba a Mas en la investidura, y hoy oportunamente recolocado en tertulias y medios controlados por los nacionalistas. Siguiendo con la historia, no pocos ex dirigentes y militantes del MDT y de Terra Lliure acabaron por sintonizar con el nacionalismo que encarnaba Pujol y, posteriormente, Mas. El análisis de éste curioso fenómeno sería demasiado extenso y prolijo para ser desarrollado en un artículo, y debe quedar para mejor ocasión. Lo cierto es que, a día de hoy, la CUP ha vivido una dramática fractura que viene a demostrar que una cosa es la dialéctica entre la derecha y la izquierda y otra muy distinta el discurso nacionalista, monolítico y sin posibilidad de crítica, que exige que estés con los que defienden supuestamente la patria sea como sea.

Los seis que han dimitido de las CUP forman parte del segundo grupo. Y no se han cortado ni un pelo a la hora de explicar sus motivos.

Primero el proceso, y luego todo lo demás

Hace meses, cuando se estaba negociando in extremis que Mas obtuviese los votos de las CUP para ser investido, un dirigente convergente me confió que estaba preocupado. “Artur cree que a éstos los puede manejar a golpe de cargo y subvención, y no se ha dado cuenta lo que hay realmente detrás de ésta gente”. Efectivamente, un núcleo duro integrado básicamente por las asambleas territoriales de Barcelona capital y alguna otra (las comarcas de la Cataluña profunda son fieles al carlismo convergente, sean CUP o no lo sean, y votan lo que se diga desde Palau al considerar a Barcelona y su área metropolitana un mal a extirpar por su escasa fe en la patria catalana) consiguieron vetar a Mas, echar a Felip Puig y Boy Ruiz del posible gobierno de Carles Puigdemont y ahora vetar los presupuestos.

Los dimisionarios - Ester Rocabeyra, Guim Pros, Joel Jové, Omar Diatta, Roger Castellanos y Tomás Sayes – se quejan que en las CUP no existe “un proyecto netamente democrático, transparente y asambleario”, de las actitudes “sectarias y maquiavélicas”, y, en suma, de que las decisiones que se han tomado a partir de los votos en asamblea son fruto de que “se ha jugado con los mecanismos de toma de decisión para beneficiar a posicionamientos concretos”. Es decir, si no sale lo que a mí me gusta, la votación no vale.

Más allá del hecho en sí, bastante grave para el independentismo catalán que ya está fracturado por el divorcio entre Convergencia y Esquerra, la maniobra puede tener consecuencias políticas. Puigdemont puede obtener el apoyo de los diputados cupaires que sintonizan con su persona en la moción de confianza a la que dice querer someterse éste otoño. Sería una victoria pírrica, porque desde Palau siempre se había hablado se sumar, de incorporar, de unir, y el proceso está cada vez más dividido, más roto, más como el puerto de arrebata capas.

No contentos con romper Cataluña, el statu quo de la política catalana y sus tradicionales equilibrios, al PSC, a Iniciativa, a Convergencia y Unió, los chicos de Mas y Puigdemont ahora van a romper las CUP. Es igualito que el cuadro de Saturno devorando a sus hijos, con la diferencia que aquí, los únicos que acaban por ser devorados son los contribuyentes catalanes que ven como de cada diez jubilaciones de médicos solo se cubre una o que el Govern se queja de Cercanías de RENFE cuando hace años que el estado se las traspasó.

Lo realmente espectacular es que aún haya gente que se lo trague.